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lunes, diciembre 2, 2024
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Contarlo bien

Con el pendiente de analizar más adelante el libro No hemos entendido nada (Debate, 2018), del periodista Diego Salazar, vale utilizar algunas citas para una reflexión. “Dubner (…) plantea que quizás la razón verdadera por la que seguimos las noticias no es el deber del ciudadano (…) ni la convicción de estar mejor informados (…) es porque, en el fondo nos entretienen”. Es probable que si los diarios ampliaran sus páginas políticas y de deportes, y abrieran sorprendentes misceláneas, en detrimento de lo que no lleva conflicto (las buenas novelas lo tienen), venderían más porque la gente no compra verdad sino placer (intriga, pelea, curiosidad, sexo…). Es lamentable, pero el morbo ocupa minutos con mayor “utilidad relativa” (del tiempo) para el consumidor que una verdad que ralentiza y espesa la hora sin producir sensaciones.

Mencionaba a la política porque Salazar la señala en su libro. A la gente le gustan las historias, y más si son entretenidas; y las que nos cuenta la política son las que llevan confrontación. Gustamos de los conflictos. Nuevamente cita a Dubner: “Es posible que el componente de entretenimiento de la política —esa suerte de carrera de caballos— es lo que hace que mucha gente le preste atención”. El periodismo, como la más superficial literatura, y el amarillismo que nos persigue desde el periodiquillo de William Randolph Hearst, suelen ganar en un mundo en el que la sensación de haber llenado un minuto de diversión sana o malsana prevalece al supremo valor de encontrar la verdad.

Salazar cuenta que Phoenix Features “se anuncia en su página web como una agencia para colocar (y cobrar historias) en medios. Así de claro “¿Quieres vender tu historia? ¡Has llegado al lugar indicado! Te diremos de inmediato si creemos que podemos ayudarte a vender tu historia real”. El problema no es el entretenimiento. sino la prescindencia de la verdad, como si ambos conceptos estuvieran divorciados. La verdad no vende cuando es contada con tenor de burocracia o cuando el tema no interesa. Los aterradores mitos urbanos de los youtubers tenderán alguna vez a remover más tierra que los más importantes diarios porque la mentira es sísmica cuando quiere ¿Qué historias “reales” venden? Phoenix Features (cito a Salazar) responde: cualquier cosa extraña o conmovedora, amores que vencen cualquier obstáculo, parejas extrañas, acontecimientos sorpresivos, imágenes graciosas o locas, historias médicas, historias de enfermos supervivientes, historias divertidas e inspiradoras, fotografías sorprendentes, escándalos de celebridades.

Todos tienden a creer lo que le dicen y hasta gustan que les mientan mientras se diviertan y no se enteren. De hecho podría inventar una historia escabrosa, pasarla por verdad y lograr un número de likes ostentoso. El placer vende, y la curiosidad (como el sexo) llama sobre todas las cosas. El hombre no busca la verdad. Utilizando la reflexión de Ortega, busca ese perpetuo estado de embriaguez: inconsciencia, sensaciones. Orson Welles jugaba con esa debilidad, porque espectáculo es lo que la gente quiere. El 30 de octubre de 1938 los estadounidenses se creyeron su dramatización de La guerra de los mundos. En el fondo, y pese al miedo, querían creerle.

La sensación y el espectáculo se llevan bien con la prensa como negocio, pero no con el periodismo. La genialidad del periodista verdadero que quiera rescatarse a sí mismo sería darle a la verdad un buen relato y un enfoque que intrigue y sensibilice sin faltar a los hechos. Solo quien hace de la intrascendencia una maravilla merece llamarse “genio”.

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