Por: Rafael Belaunde Aubry
Toda crisis política implica riesgos, pero también posibilidades. La ausencia de liderazgos lúcidos y moderados hace que la crisis actual parezca dicotómica, es decir, una que sólo podría resolverse o en la disolución o en la vacancia.
Hay fuerzas interesadas en que así sea. De un lado los marxistas de Cerrón y del otro, los ultraconservadores. No hay “nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”, sostuvo Bertolt Brecht.
Existen, sin embargo, posibilidades que los sectores moderados del parlamento deberían aprovechar para avanzar las causas de la libertad, del Estado limitado, del verdadero equilibrio de poderes, de la genuina representatividad, del empoderamiento ciudadano, del fortalecimiento municipal. Hoy existe la posibilidad de derribar las barreras administrativas y los expolios tributarios con los que el Estado obstaculiza el progreso de los desafortunados.
Mientras los extremistas de ambos bandos se desgañitan tratando de evitar cualquier concertación o consenso, los ecuánimes podrían comenzar por desarrollar la normativa que separe la elección de los alcaldes de la de los regidores, que reduzca el tamaño de las circunscripciones parlamentarias, que transfiera a las provincias las prerrogativas de los gobiernos regionales (esa horrenda invención antojadiza creada para sobornar a las elites departamentales y mantenerlas leales al Estado, y que terminaron debilitando la participación ciudadana).
La paranoia extremista que mantiene ocupados a los intransigentes debería aprovecharse para introducir topes a los impuestos indirectos con los que el Estado mantiene en el umbral de la pobreza o debajo del mismo, a las grandes mayorías.
Debería aprovecharse el momento actual para promover la libre empresa: Un capitalista es todo aquel que consume menos de lo que produce, por lo que, al lograr acumular un excedente, queda capacitado para invertir y crecer. Pero si el Estado se apropia del pequeño excedente de los pobres (gravando, por ejemplo, el GLP, o encareciendo los combustibles mediante un IGV altísimo), lo condena al estancamiento. Así como el virreinato se financiaba en gran medida con el tributo indígena, lo que imposibilitaba el progreso de los tributarios, el Estado, hoy, se financia expoliando al pueblo al que simula servir.
Para que no haya más pobres en un país rico, los moderados, que son mayoría en el congreso, deberían dedicarse a las reformas legales que pongan el Estado al servicio de la gente (del pueblo, para usar la palabrita de moda), pero teniendo en cuenta que el pueblo no es otra cosa que la sumatoria de las individualidades, no el capricho de quienes se sienten depositarios exclusivos de sus intereses.
Mientras quienes se sientes pastores de rebaño, – tanto de izquierda como de derecha -, sigan determinando el destino colectivo de los peruanos, seguiremos siendo como un rebaño pastoreado por hienas.