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Cruda realidad: El espejismo del fideicomiso en Loreto

La población es la primera llamada y decidir con responsabilidad al momento de elegir a sus nuevos representantes en los tres niveles de gobierno.

En un editorial contundente, el diario La Voz de la Selva de Iquitos pone sobre el asador una cruda realidad que interpela directamente a autoridades y ciudadanía. Por su importancia y por la similitud que guarda con otros contextos regionales del país, VOCES replica y hace suyo este pensamiento crítico y análisis frontal sobre la situación de Loreto.

Durante décadas se ha repetido el mismo discurso: que Loreto es una región pobre, olvidada y postergada por el Gobierno central. Sin embargo, la verdad —incómoda pero respaldada por cifras— es otra: Loreto ha manejado miles de millones de soles en los últimos treinta años. Primero fue el canon petrolero; hoy son los diversos fideicomisos —indígena, de frontera, regional y sectoriales—. El dinero ha estado y está aquí. Lo que ha faltado no es plata, sino capacidad para administrarla, invertirla y priorizarla correctamente.

El economista Roger Grandes lo explica con crudeza: Loreto sabe gastar, pero no sabe invertir. Capacidad de gasto ha habido de sobra; capacidad de inversión, casi ninguna. Esa es la razón por la que, pese al desfile interminable de presupuestos millonarios, las brechas sociales siguen intactas: la región continúa liderando cifras de anemia, mantiene rezagos en educación, comprensión lectora y matemática, y arrastra déficits graves en agua potable, salud y saneamiento. Los problemas existían antes del canon y, pese al canon, persistieron. Ahora, con los fideicomisos, la historia se repite punto por punto.

Se vende la ilusión de las obras: pistas, veredas, plazas remodeladas por tercera vez, monumentos, los conocidos “fierros y cementos”, perfectos para la foto y el discurso político. Pero obras sin proyectos sostenibles, sin desarrollo humano y sin fortalecimiento de capacidades, no transforman una región. Son cascarones vacíos, infraestructura sin impacto real. La prueba es contundente: Loreto sigue ocupando los últimos lugares del país en calidad de vida. Cambió la pintura, pero no cambió la realidad.

El cierre de brechas no es un lema técnico ni un estribillo de campaña; es algo elemental: si no hay agua, se lleva agua; si no hay centros de salud, se construyen y equipan; si no hay energía, se instala energía; si no hay educación de calidad, se invierte allí. Ese debería ser el destino natural de los fideicomisos. Sin embargo, pasan los años y los pueblos siguen sin servicios básicos. Las preguntas se acumulan: ¿dónde está el dinero?, ¿en qué se gasta?, ¿por qué se priorizan veredas antes que agua potable?, ¿plazas antes que salud? Nadie responde con claridad.

El editorial propone un ejercicio simple, como en un hogar. Cuando una familia recibe un ingreso extra —una gratificación, por ejemplo— puede gastarlo todo en ropa, comidas y paseos y terminar el mes con el techo goteando, la refrigeradora rota y sin chequeos médicos. Eso es gastar sin visión. Pero también puede invertir: arreglar el techo, adquirir lo necesario para conservar alimentos, atender la salud y fortalecer la pequeña huerta. Ahí no se despilfarra: se construye bienestar. Eso mismo debería hacer Loreto con su presupuesto.

Lo que hoy se observa es exactamente lo contrario: se repite el fracaso del canon, ahora en versión “fideicomiso HD”Mucho dinero, poca transformación. No hay medición de resultados, no existe rendición de cuentas efectiva ni transparencia real. Todo se anuncia, poco se explica y casi nada se evalúa. ¿Cuánto se ha avanzado realmente en agua, salud, educación o nutrición infantil? No se muestra porque los avances son mínimos o inexistentes.

Mientras tanto, el reloj corre. El fideicomiso no es eterno. Esa “gallina de los huevos de oro” se acabará, como se acabó el canon. Y cuando eso ocurra, quedarán los mismos problemas de siempre: pueblos sin agua, niños con anemia, postas sin médicos, escuelas abandonadas. Entonces volverán los discursos que culpan al centralismo, a la historia o a cualquier otro factor, menos a la mala gestión local.

Existe una responsabilidad compartida, pero es enorme la de las autoridades que deciden mal, priorizan peor y ejecutan sin planificación. El dinero del fideicomiso no es del alcalde ni del gobernador de turno: es de todos los loretanosEs tu plata, es la mía, es la de cada ciudadano. Por eso, callar frente al despilfarro también es una forma de irresponsabilidad.

En plena coyuntura electoral, el llamado es claro: ejercer ciudadanía vigilantePreguntar, exigir y fiscalizar. No dejarse engañar por maquetas bonitas ni discursos grandilocuentes. Exigir planes, metas, indicadores y cronogramas. Que cada sol se justifique y que cada obra tenga un impacto social medible. Sin fiscalización ciudadana, el presupuesto seguirá convirtiéndose en cemento inútil y fotos para redes sociales.

Loreto no es pobre por falta de recursos. Es pobre por falta de gestión responsable. Hay dinero; lo que falta es visión, planificación y control. La historia del canon no enseñó nada y hoy se corre el riesgo de repetir el desastre con el fideicomiso. Evitarlo depende de la ciudadanía. Porque si no se cuida hoy esta billetera colectiva, mañana, cuando se acaben los fondos, solo quedará la misma pregunta de siempre: ¿a dónde se fue toda la plata?

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