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miércoles, abril 23, 2025
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Cuando el bisturí afina el rostro y desfigura la verdad

Dicen que la cara es el espejo del alma, pero en política, el rostro puede ser también el reflejo de decisiones cuestionables. ¿Habrá cirugía que borre las huellas del engaño? ¿O quedarán marcas visibles en la historia de un gobierno que prefirió la estética a la ética? El bisturí puede modificar el perfil, pero no la verdad. Y en este caso, parece que la mentira está más a flor de piel que nunca.

Cuando pensábamos que Dina Boluarte había salido airosa del escándalo de los Rolex y las joyas no declaradas, la realidad —o mejor dicho, su rostro— nos sorprende con un giro quirúrgico. Resulta que la presidenta no solo ha pulido su imagen pública, sino también su nariz, sus párpados y otros detalles faciales que, según la Fiscalía, pasaron por las manos expertas de un cirujano plástico.

¿Qué tan lejos puede llegar el poder del bisturí? ¿Puede transformar la percepción pública tanto como lo hace con el rostro de una mandataria? La respuesta parece inclinarse hacia el sí, pero no precisamente como lo esperaba Boluarte. El semanario Hildebrandt en sus Trece ha destapado un nuevo capítulo de esta novela política, donde las intervenciones estéticas se entrelazan con las telarañas del poder.

El rostro de la verdad

Según la investigación, entre junio y julio de 2023, Boluarte se esfumó del radar presidencial por un par de semanas. La razón no fue una crisis de gabinete ni una visita diplomática secreta, sino una rinoplastia acompañada de otros retoques, realizados en la Clínica Cabani. Y aquí comienza la discordia entre lo que dice el documento médico y lo que la presidenta confesó en su momento.

Sin lugar a dudas, el bisturí corta la verdad, es por eso que inicialmente Boluarte aseguró que la intervención fue breve, apenas 40 minutos en el quirófano. Sin embargo, el informe médico la contradice con precisión quirúrgica: la operación duró 2 horas y 25 minutos, incluyendo no solo la rinoplastia, sino también una blefaroplastia inferior, injertos grasos y la colocación de hilos de sustentación. Es decir, un combo completo de rejuvenecimiento facial que no solo restauró su perfil, sino que ahora amenaza con destrozar su credibilidad.

¿Belleza secreta o secreto a voces? Este nuevo retoque de imagen ha vuelto a sacudir los cimientos del gobierno. El bisturí que delineó su nariz también parece haber cortado de raíz la confianza pública, especialmente después de que una testigo protegida revelara la presencia de María Elena Aguilar, expresidenta de EsSalud, en pleno Palacio de Gobierno durante la operación.

¿Palacio de Gobierno o sala de estética? Esa es la pregunta que resuena ahora en las calles y en los titulares. La sociedad va asumiendo su rol que analiza, juzga y actúa. Mientras tanto, Aguilar, quien cuatro meses después asumió la presidencia de EsSalud, se enfrenta a sospechas sobre posibles favores políticos y amistades quirúrgicamente convenientes.

El tiempo que el bisturí no puede detener

La mandataria está atrapada entre el bisturí y la mentira, pues la Fiscalía sigue acumulando pruebas que apuntan a que la verdad no ha sido tan pulcra como el acabado de su rostro. Y es que la cirugía estética presidencial no solo ha dejado cicatrices en la piel, sino también en la confianza de un país que exige transparencia de quien lo gobierna.

¿Qué hay detrás del velo estético? ¿Vanidad, estrategia política o simple deseo personal? El hecho es que las intervenciones no fueron informadas ni justificadas, lo cual aviva el debate sobre el uso de recursos y el manejo de la agenda presidencial. Si el rostro renovado de Boluarte buscaba proyectar frescura y vitalidad, el efecto ha sido contrario: la frescura se ha tornado en sospecha, y la vitalidad en polémica.

El retoque presidencial que retoca la realidad. La lección de este nuevo escándalo es que no hay lifting que levante una reputación caída en desgracia. Porque, al final, el poder también envejece y las cicatrices no se pueden ocultar para siempre.

En medio de una crisis que desmorona al país, resulta inaceptable que las superficialidades estéticas ocupen la primera línea de la agenda de una mandataria cuando lo que el Perú necesitaba —y necesita con urgencia— son estrategias efectivas, trabajo arduo y decisiones contundentes para recuperar la seguridad y la estabilidad económica. Porque, al final, el poder también envejece y las cicatrices no se pueden ocultar para siempre. Y mientras el bisturí sigue cortando historias, la pregunta persiste: ¿Es el precio de la vanidad mayor que el costo político?

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