Internado en el bosque de la selva peruana desde el año 2009, Orlando Zagazeta Rigel entrega su vida al cuidado de animales silvestres para reintegrarlos a su hábitat. Recibe animales rescatados del tráfico de mascotas, caza ilegal y para múltiples fines. Orlando es una especie de monje zen que medita en su cocina, y su monasterio congrega a miembros traviesos. Dice estar casado con la naturaleza en un matrimonio que solo la muerte podrá separar.
Por: Marco Hidalgo
Murrieta

-¡Pequeños! –grita repetidas veces.
Es la palabra clave que significa alimento. En turnos separados por breves minutos se acercan monos de distintas razas y coatíes. Los sajinos ya no aparecen al haberse readaptado a su espacio salvaje. Es cuando Orlando llama a comer a los pequeños inquilinos. La escena se repite cinco veces al día: 6.00 a.m., 10.30 a.m., 12 m., 3.30 p.m. y 5.00 p.m.

Son los momentos de mayor alboroto en el centro de refugio de animales silvestres rescatados para su reinserción a su hábitat natural que administra Orlando Zagazeta, un reconocido guardaparque afincado en la Amazonía del Perú.

Los primates más jóvenes y fuertes cogen con sus pequeñas manos las primeras porciones y se ponen a recaudo para comer. No pelean, respetan las jerarquías. Los que padecen alguna dificultad física o motriz, reciben con mayor precaución sus raciones en platos personales, pero siempre atentos a los movimientos de los demás. Orlando y los voluntarios, cuando permanecen en el lugar, protegen a los más débiles o en situación de desventaja. Cuatro coatíes, hijos de la fallecida Luna y de un espécimen salvaje, se acercan sin mayor aspaviento, se trepan al tabladillo de los platos servidos y comen tranquilos. Los recién llegados al lugar, encerrados en otro ambiente, con traumas y desconfiados, también comen a la misma hora.

La dieta de los animales es mingado de arroz con leche en polvo y estevia, en las primeras horas del día. Pasadas las diez de la mañana reciben arroz combinado con zanahoria, plátano, naranja, manzana y verduras. Al mediodía comen lo mismo que Orlando, en cantidades menores. Por la tarde, pasadas las tres, otra ración de mingado. Dos horas después reciben un snack que consiste en trozos de fruta o galleta. A las seis todos están durmiendo.

-Es un suplemento lo que les doy. Ellos comen cada media hora en el bosque porque gastan mucha energía -anota Orlando, su satisfecho liberador y protector.
Las especies que llegan son variadas, en su mayoría recuperadas por la Policía Forestal en operativos o por denuncias de personas preocupadas por su crítica condición.

-No tengo que ser sicoanalista para darme cuenta que esos animales tienen unos traumas terribles. Matan a la madre o al padre que está con la cría, cae el padre, inmediatamente cogen a la cría para comercializarla –lamenta.
-Mi trabajo consiste en desestresarlos y hacer que el animal se desarrolle en el medio ambiente –se alienta.

Recibe de todo, casi todo. Solo una salvedad: loros.
-¡No me traigan más loros, los monos los van a desplumar! –lanza una frase al monte restaurado de árboles.

Desde el año 2009 es responsable de la fauna silvestre en el sector Tamushal, en la zona de amortiguamiento del área de conservación regional Cordillera Escalera, patrimonio natural ubicado en el departamento de San Martín que administra el Proyecto Especial Huallaga Central y Bajo Mayo, organismo dependiente del Gobierno Regional. San Martín dista una hora de viaje en avión desde Lima y veinte horas en autobús.

Cada dos semanas pide por el teléfono satelital a su cargo los víveres básicos para consumo de los animales y el suyo a una casera vendedora de abarrotes. Los pasantes o investigadores deben aportar un básico de 8 dólares por día durante su permanencia en el lugar, que cubre alimentación y alojamiento. Dos personas transportan el pedido sobre sus hombros a un costo de veinte dólares por dicho trabajo.

La mayor parte de su sueldo lo dona a la compra de los insumos. Gana 1,200 soles mensuales, equivalente a 365 dólares. La entidad gubernamental para la cual trabaja no siempre llega a tiempo para abastecerlo. Años atrás en Yurimaguas, ciudad del departamento de Loreto, a dos horas de Tarapoto por carretera, compraba animales que se vendían ilegalmente como mascotas para devolverlas a sus hogares naturales.
Un día al mes abandona a los pequeños para ir a la ciudad más cercana, Tarapoto, a realizar gestiones específicas, cobrar su sueldo y efectuar depósitos bancarios a una ex esposa y a su última hija, estudiante en una universidad limeña. La futura educadora de 18 años lo visita una vez al año en su albergue de readaptación y se lleva de maravilla con los animales. Su primera opción profesional fue Veterinaria.