Seguramente habrás escuchado hablar sobre este trastorno, el cual se caracteriza porque quien lo padece reduce notoriamente su ingesta de alimentos. En sí se define como “la pérdida anormal del apetito” e involucra graves consecuencias patológicas, e incluso podría traer consigo un estado grave de desnutrición.
Aunque no existe una causa exacta de por qué se manifiesta, sí se sabe que su aparición involucra factores como el miedo de la persona a aumentar de peso, a una imagen negativa de sí misma o a padecer un trastorno de ansiedad durante la niñez.
Cuando hay un déficit energético, el hipotálamo manda una señal al resto del organismo y con ello a la persona le da hambre, pero en el caso de los pacientes con anorexia, esta respuesta es evadida y prefieren no probar alimentos. Ante esta restricción calórica severa, se dan procesos de neuroinflamación provocados por las células gliales, que son el grupo de células del sistema nervioso central más abundante en el cerebro.
Una investigación del Instituto de Neurobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) buscó indagar más a fondo estas alteraciones. Sus resultados, publicados en 2015, indican que el proceso ocurre así: cuando hay una restricción calórica, las células gliales incrementan su densidad y se vuelven reactivas, eso aumenta la producción de unas células pro-inflamatorias llamadas citocinas. Estas últimas actúan en el cerebro y provocan que la persona no quiera ingerir alimento.
En la naturaleza existe la llamada anorexia animal, pero en lugar de ser un trastorno alimenticio, es una estrategia adaptativa que ocurre en algunas especies como en los osos al hibernar o en los pingüinos al incubar un huevo, ya que reducen su ingesta de comida para sobrevivir.