En 1858 gobernaba el Perú el general Ramón Castilla y era alcalde de Tarapoto don Simón Arévalo Villasís, y, como Subprefecto de la Provincia Litoral de Loreto, don Juan José del Castillo. La Provincia Litoral de Loreto lo comprendían los municipios de Tarapoto, Chasuta, Tocachi, Balsapuerto, Laguna, Nauta, Sarayacu y Jeberos, pertenecientes al departamento de Amazonas, a donde se adscribían las provincias de Chachapoyas y Maynas, según consta en la Ley de 2 de enero de 1857, promulgada por Castilla como Presidente Provisorio de la República. (Cuando se creó el departamento de Amazonas, tenía tres provincias: Pataz, Chachapoyas y Maynas, de esta última Moyobamba como su capital. Por ley de 26 de noviembre de 1839 Pataz vuelve a formar parte de La Libertad).
El 19 de febrero de 1858 don Ceferino Panduro, vecino de Tarapoto, presenta ante la Municipalidad de Tarapoto una carta mediante la cual se quejaba por la poca voluntad del subprefecto del Castillo para no honrar el pago por el servicio solicitado para la refacción del badajo de la campana mayor de la iglesia de la localidad. Para empeorar su caso, el subprefecto ya había dejado el cargo. Los que frisan los sesenta años para adelante recordarán que las campanas de las iglesias eran los instrumentos para convocar a los fieles y poner sobre aviso a los pobladores por incidentes o noticias relevantes. El badajo al que nos referimos, de tanto repiquetear, se había deteriorado y era urgente su refacción.
Dice en su carta don Ceferino, probablemente pariente ya lejano de los actuales Panduro de hoy: “… en meses pasados presenté una relación de los gastos ocasionados en la refacción del badajo de la campana grande al señor don Juan José del Castillo, subprefecto que fue en esa época y experimentando un silencio de parte de este señor, he vuelto a reiterarle sobre el particular”, indicando que el pago se le “satisfaga de los fondos de la Cofradía”. El subprefecto le había prometido realizar el pago por intermedio de la Municipalidad recientemente instalada, gracias a la ley que indicamos líneas arriba. Y don Ceferino, probablemente persona muy instruida, se dirige al Municipio haciendo hincapié en la honorabilidad de los ´miembros de la junta´, así como adjuntando las evidencias de los gastos incurridos.
Los argumentos de don Ceferino fueron lógicos, coherentes, contundentes y elocuentes que cualquier informe de consultor y “doctor” de hoy. Expresó que el fierro empleado era fiado, sus gastos en mano de obra, comida y bebida fueron significativos y que lo hecho por él fue “un servicio público”. Indicó que su obra fue bien hecha y que colocó el badajo en presencia de la misma primera autoridad pero que, sin embargo, la pieza se había vuelto a quebrar y la culpa ya no era de él, sino debido al descuido de algún campanero inútil, que no faltan.
Debemos precisar que en la época en que don Ceferino escribió su carta se había agotado en Tarapoto el papel sellado y la carta tuvo que hacerlo en un “papel común”, pidiendo, como ciudadano de bien, las excusas del caso.
La solicitud de pago de don Ceferino Panduro fue atendida y la deuda cancelada con fondos de la Tesorería General de la Cofradía, dependiente de la Municipalidad de Tarapoto, como se indica con claridad en el proveído firmada por don José Ygnacio Morey y Cap de Bou, quien era pareja de María Alegría Arias de Morey (una calle de Tarapoto lleva su nombre). De este modo, aprendemos en nuestra historia local sobre el honor de quienes asumían responsabilidades públicas, como ejemplo a seguir por algunos “altos” funcionarios de hoy, de bajo nivel personal, cuando no profesional.