La domesticación

En estricto lenguaje clásico se llama doméstico a todo aquel que sirve a otros. El término era de uso ampliamente justificado y aun que ha transcurrido ya mucho tiempo, sigue en boga.

El hábito de la servidumbre viene de la mano con sentimientos de domesticidad. Muchos años atrás leí una obra sobre la servidumbre voluntaria, escrita por un autor francés en su juventud y que fue muy elogiada por Mantaigne.

Desde las páginas de ese libro cuyo título no recuerdo, se fustiga la subordinación a los dogmatismos sociales, el acatamiento incondicional de los prejuicios admitidos, el respeto de las jerarquías adventicias, la disciplina ciega a la imposición colectiva. La sumisión vergonzosa ante quien ejerce el poder. El rendimiento de homenajes genuflexos a quien nos asegura la dadiva, la prebenda el favor que no merecemos. A quien nos permite una determinada ubicación en el contexto social, a quien le debemos un lugar de honor, previa deshonra.

La disciplina ciega y por lo mismo aberrante, es posible si somos parte del estercolero social, si estamos conscientes de que por propios méritos jamás conseguiremos tal posición ó beneficios.

La sumisión sistemática a la voluntad y a las órdenes, aun oprobiosas, de quien ostenta el poder, refuerza la domesticación y tiene por consecuencia inevitable, el servilismo.

La representación de ciudadanos ante los más altos poderes del Estado, exige obligatoriamente, personas poseedoras de un apreciable coeficiente Intelectual, tal vez no necesariamente un genio, un sabio, pero sí con un importante nivel de Inteligencia y Creatividad. Aparentemente la no existencia de requisitos esenciales para que una persona asuma la condición de Congresista; busca o pretende que cualquier ciudadan@ , cuales quiera que sea su grado de instrucción, lo ejerza, sin limitaciones; supuestamente, esa es la idea, cualquier hijo de vecina, puede ser Congresista.

Analicemos que se pretende con estos “requisitos” tan fácilmente superables.

Una frase que se ha hecho legendaria, muestra una pátina que el paso inexorable del tiempo ha extendido sobre ella; “hecha la ley hecha la trampa”.

Los capitostes de la política en el Perú, nunca crearon, formaron o fundaron partidos políticos para aglutinar a gente digna, honesta e inteligente con la cual, imaginar, crear y sustentar, las bases de planes de gobierno nacional, aprovechándolas para beneficio del pueblo; las 3 grandes regiones naturales, el océano con más riquezas ictiológicas los ingentes yacimientos minerales, su estratégica ubicación geográfica y tantos otros bienes con los que la Naturaleza nos privilegió.

“Solo tienes que ser un ciudadano peruano, hombre o, mujer mayor de edad tener nombres y apellidos. No interesa si no sabes cuánto suman 2 más 2 lo que importa: que digas: SI SEÑOR! Y es que, para dominar a tu antojo a otro ser humano y lograr que haga o piense como quieres, solo basta que sea un ignorante, o un sumiso domesticable.

La demostración triste, vergonzosa y patética de que esto es real, nos la dió; la “BOTIKA”.

Aquellos que inclinan la cerviz siendo poseedores de una profesión, lo hacen porque no poseen la confianza en sí mismos y/ó poseen un pobre y triste espíritu mediocre, ideal para ser domesticado.

Señor te rogamos: No más Letonas, Leylas, Takayamas ni Karinas. Aparta de nosotros las; Cecilias, Salgados y Aramayo, Tampoco Galarretas y Becerriles. Te lo pedimos Señor!

 

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