Hemos permitido que la política nos sea robada, capturado por oportunistas y aventureros.
Seguramente a muchos ciudadanos honrados y competentes en lo suyo les ha dado náuseas más de una vez con las imágenes que, cada vez más frecuentemente, nos regalan el Ejecutivo, el Legislativo y también el Poder Judicial
Seguramente, también, que ya temen por la viabilidad del país o porque se le aplique el concepto de Estado fallido.
Por: Carlos Reyna Izaguirre
Bueno, si es así, ya es hora de que asumamos, primero, que esto puede empeorar mucho si las cosas no cambian. Segundo que, en lo fundamental, si ha ocurrido esto es porque hemos permitido que el espacio de la política nos sea robado, expropiado y enajenado por esas facciones. Y tercero, que la única forma de revertir esto es mediante la recuperación de ese espacio para una actividad de verdaderos ciudadanos y de corrientes verdaderamente políticas, es decir de personas interesadas en dialogar y actuar colectivamente por el bien común.
Vamos a darle sentido a nuestra realidad.
No se trata necesariamente de que la mayoría nos enrolemos en partidos o movimientos políticos. Se puede hacer política como grupos de ciudadanos con interés en algún tema socialmente importante. Si se organizan para debatir sobre ese tema, elaborar propuestas y difundirlas y alcanzarlas a los partidos o a los niveles de decisión respectivos, desde lo local a lo nacional, ya estarán recuperando ese espacio político, ahora capturado por oportunistas y aventureros.
Antes, este tipo de cosas eran difíciles de hacer por la escasa tradición de vida comunitaria y cívica que tenemos en el Perú, con la excepción de poblaciones pequeñas y dispersas como las comunidades indígenas y campesinas. Conforme los antiguos centros poblados se iban convirtiendo en ciudades, los vínculos comunitarios se han ido debilitando.
Luego hemos tenido esas tradiciones caudillistas de liderazgos personalistas y providenciales en donde la relación caudillo. En mucho esa relación se ha reproducido en los partidos políticos, incluso los más recientes.
En medio de la pandemia, recordemos:
Las mejores respuestas y las más efectivas se han dado en muchos distritos o centros poblados pequeños que han organizado sus rondas para poner sus propios cercos epidemiológicos y sus rutas para circulación de personas y acceso de alimentos. La vulnerabilidad más alta se vive en las grandes ciudades. Así lo vimos en esos grandes grupos de caminantes buscando refugio en sus pueblos, por remotos que fueran.
Lo más difícil de cambiar son las tradiciones, pero si los peruanos queremos salvarnos y salvar a nuestro país, pues tendremos que cambiar nuestro individualismo y potenciar nuestra sociabilidad y canalizarla hacia las acciones que tengan que ver no solo con nuestras vidas personales sino con el destino de las regiones y del país.
De un tiempo a esta parte, nació un clientelismo inverso, desde abajo hacia arriba, grupos locales, provinciales o regionales, y nacionales, incluyendo empresarios metidos a negocios formales, informales o directamente ilegales, grandes y pequeños, buscan a los candidatos a cargos electivos de todo nivel y le ofrecen adhesión, apoyo a sus campañas y hasta operadores. A cambio piden, medidas o leyes que los favorezcan si llegan a ganar y ahí los resultados.
La gran lección de esta pandemia trágica es que descuidar, olvidar y encoger los hombros ante esos destinos, pone en peligro nuestras propias vidas. Asumirla nos pone en la puerta de la política ciudadana.
Otra dificultad que también disuadía del activismo ciudadano era la dificultad de acceso a la información sobre los temas de interés. Sea porque no existían normas que obligan a la transparencia de la información pública.
Ahora, la mayor parte de información de interés público está en medios digitales accesibles desde computadoras, tablets y celulares; y los gobiernos, poderes del Estado, ministerios y entidades públicas tienen que publicarlas en sus portales digitales por obligación legal.
Optimismo bicentenario
Quizás haya razones para algo de optimismo moderado, en las marchas de los jóvenes que salieron y tomaron las calles, parece haber una apuesta, una convicción, una energía y un compromiso para lograr un país más justo y una política decente y limpia.
Hasta muy poco antes de las marchas parecía distante el momento en que el Perú fuera escenario de protestas y demandas de cambio de esa magnitud. De pronto los jóvenes las hicieron y encendieron una cierta esperanza, ya sabemos a qué doloroso costo.
Y tienen ese interés claramente político, el espíritu de rebeldía, el sentido generacional y la vocación de autonomía e imaginación movilizadora que dan lugar para pensar que esta puede ser la generación que recupere la política que el Perú necesita.
La historia nos enseña que aparte de esos rasgos, existen ciclos históricos. Generaciones así aparecen cada 50 años. Esta reciente se ha dado el nombre de Generación Bicentenario y ésta podría ser la que recupere la política que le robaron al Perú hace varias décadas.