¿Negocio o sentencia de muerte?
«Si te va mal, desaparece, la nueva política agraria del gobierno»
Sabrá este funcionario o en alguna aula le habrán enseñado que, desde los 2 500 a.C., ya hablamos de agricultura, incipiente pero que empezaba a sostener a otras actividades del hombre en la tierra, como la textilería o ganadería.

Sabrá el señor Manero que las culturas preincas, los incas, que hombre y la mujer del ande y la amazonia, fueron mejorando las técnicas agrícolas, adaptándose a las dificultades del terreno y sacándole, el máximo provecho. Estamos hablando de los famosos pisos ecológicos, climatización de tubérculos y plantas, entre otros. Siendo este, el mayor legado para seguir desarrollando la agricultura familiar que hoy en día, aporta el 70% de los alimentos a la familia peruana. Cifras oficiales de su sector señor ministro así lo indican.
Durante su reciente participación en el evento «Jueves Minero», organizado por el Instituto de Ingenieros de Minas del Perú, el ministro de Agricultura, Ángel Manero, lanzó un mensaje que ha encendido la polémica en todo el sector agrario: “Esto es un negocio, si te va mal no le tienes que pedir nada al Estado”.
Según el titular del Midagri, la agricultura peruana ha sido «idealizada» como una actividad tradicional y cultural, cuando en su opinión debería verse exclusivamente como un negocio regido por las duras leyes del mercado. “Si te va mal tienes que salir del negocio como pasa en cualquier otra actividad económica. Suena duro, pero son lecciones que tenemos que dárselas”, sentenció Manero.
Estas declaraciones, más allá del desconcierto que han generado, plantean una pregunta crítica: ¿Con un ministro que piensa así, tiene futuro la agricultura en el Perú?
Un país de agricultores de subsistencia
En el Perú, más del 80% de los agricultores son pequeños o medianos productores. Son familias que trabajan parcelas de menos de cinco hectáreas, muchas veces sin acceso a tecnología, financiamiento, ni mercados formales. Para ellos, la agricultura no es solo un «negocio», sino su forma de vida, su cultura y su historia.
Con declaraciones como las de Manero, el mensaje implícito es devastador: si no puedes competir en condiciones de mercado, desaparece. ¿Dónde queda entonces el pequeño y mediano agricultor que apenas sobrevive en un entorno cada vez más hostil por el cambio climático, la falta de infraestructura y la inestabilidad de precios?
¿El Estado debe abandonar a su gente?
La función del Estado, especialmente en países con una agricultura de subsistencia como el Perú, no puede limitarse a un rol de espectador del mercado. La intervención estatal en forma de asistencia técnica, crédito accesible, seguros agrícolas y apoyo ante desastres naturales es fundamental para garantizar no solo la seguridad alimentaria, sino también la estabilidad social y económica de vastas zonas rurales.
Reducir la agricultura a un mero negocio y pretender que el Estado no tenga responsabilidades es desconocer la realidad de millones de peruanos.
Antecedentes de indiferencia
No es la primera vez que Ángel Manero evidencia su desconexión con la problemática agrícola. A inicios de año, frente a la crisis de sobreproducción de mango en Lambayeque, el ministro no propuso soluciones estructurales, sino que simplemente pidió que los agricultores «no siembren más mango por tres años».
Asimismo, minimizó la desaprobación de la presidenta Dina Boluarte, asegurando que lo importante no era cómo empezaba su mandato, sino cómo terminaba, en un país donde el descontento social ha cobrado vidas y ha dejado profundas heridas.
¿Qué modelo de agricultura queremos?
El Perú enfrenta hoy un dilema. Con un ministro que apuesta todo al mercado y desprecia el rol social de la agricultura, el riesgo es que desaparezcan miles de pequeños agricultores, condenados a la pobreza o la migración forzada.
«La agricultura es un pilar para el desarrollo, es el camino hacia un futuro mejor para todos, modernizar, tecnificar, capacitar: es tarea del estado y todos los actores e instituciones públicas o privadas»
La agricultura nacional no puede ni debe ser solo de grandes empresas exportadoras. Necesitamos un modelo inclusivo, sostenible y con justicia social. De lo contrario, los campos se vaciarán y, con ellos, buena parte del alma del país.