El título del artículo que mis verdaderos amigos están leyendo se me ocurrió no sé cómo. Como se dice en esa frase amazónica ya proverbial: “no se de mi qué me ha salido”. O como dijo esa guapa a quien el dueño del bazar le ofrecía telas para que le pagaran al crédito y cuando pudiera: “¿Con mi qué ya quieres que te pague?”; pues ambos sabían cómo era el negocio.
Lo cierto es que hace ya casi medio siglo leí en una revista de una congregación cristiana un caso que me gustó por lo motivador y aleccionador que me pareció. Y tiene que ver con esa palabrita que casi parece un galimatías y con la que los intelectuales y los motivadores nos ilustran para mejorar nuestros hábitos y conductas. Me refiero a la palabra “procrastinar”, que significa aplazar, retrasar, diferir y posponer un trabajo, por las razones que sean.
En nuestra vida diaria nos encontramos con que procrastinar es casi una forma o estilo de vida, porque en esta sociedad vivimos postergando esas acciones que deberían realizarse. Por ejemplo, Pedro Castillo está procrastinando esas promesas con las que llegó al gobierno, como son el sinceramiento de los sueldos en la administración pública, tener un solo régimen salarial en el Estado, el mejoramiento y actualización de las pensiones, recogiendo también una propuesta del ex congresista Javier Velásquez Quesquén, que Gabriel Boric ha anunciado va aponer en práctica en Chile. Pero confío que la congresista Lucinda Vásquez Vela le recordará sus compromisos al presidente del pueblo.
Aunque no tiene el mismo significado de la palabrita de la que estamos hablando, en la administración pública es una mala costumbre en tenerle miedo al cambio, y los altos directivos solo se dedican a los quehaceres del día a día. “Eso no funciona”, “nadie te va levantar un monumento”, “dejemos que eso lo haga la próxima gestión”, son frases clichés que se escucha permanentemente. Por eso siempre inculco que la revolución del cambio debe hacerse desde la administración pública, pero para eso los jefes tienen que tener visión, tener cultura, tener conocimiento de la realidad, porque muchas veces el poder político designa como jefes a sujetos equivocados.
Ahora sí viene la anécdota del tipo que no se afeitó cierta mañana. Y es una historia que tiene que ver con Abraham Lincoln. Es una de las anécdotas que siempre me gustó porque de ella aprendí sobre lo que siempre hacemos en nuestra vida cotidiana o que, por la desidia de un momento, dejamos de hacer. De ese momento fatal en que tomamos una mala decisión. El caso es que Frank Nolan no se había afeitado esa mañana porque, se dijo, no tenía con quien reunirse ese día cuando, de repente, alguien tocó su puerta. ¡Y era el mismísimo Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos! Nolan terminó lamentándose toda su vida por lo impresentable que estaba y no haber recibido al presidente como el caballero que era. Y saque usted sus propias conclusiones. (Comunicando Bosque y Cultura).