Por Willian Gallegos Arévalo
Los sacolargos son los varones más felices. Pertenecen a este exclusivo grupo aquellos hombres que son dominados por sus mujeres, o pisados o que parecieran no tener ideas propias porque todos sus puntos de vista están en función a la aceptación o decisión de sus parejas o al criterio que ellas tengan de la vida o de todas las circunstancias. No hay grupo profesional o colectivo en donde estos amigos sean prevalentes, porque pueden ser ingenieros, periodistas, licenciados, pero sí sería un peligro para la sociedad si a los sacolargos los encontramos como abogados.
En la literatura universal encontramos descripciones en cómo se desenvuelven estos personajes. Víctor Hugo, Balzac y Dumas, por ejemplo, refieren con maestría las escenas en donde estos hombres que, aparentemente, vivieran en un ambiente de felicidad seráfica, en una dulce rutina y complacencia, casi siempre no es así, pues, a pesar de todo, quieren libertad pero que no les permiten. Porque el sacolargo no se desprende de su mujer, pues con ella sale a pagar una cuenta, a realizar un trámite, a dar un paseo, a una reunión de amigos, a las reuniones familiares, a viajes cortos, en una suerte de apego morboso donde hombre y mujer forman algo indisoluble e inseparable. Muchos de estos varones suelen decir con orgullo: “Yo, a mi mujer, no le dejo para nada”. Con una combinación de ironía, sarcasmo y oxímoron –figuras retóricas–, a un conocido sacolargo le dijeron alguna vez:
“Ramoncito, siquiera alguna vez sácale a tu mujercita a dar un paseo”.
Mis casi sesenta años de observaciones e investigaciones me han hecho descubrir que el sacolargo, desde el punto de vista político, es indiferente a los problemas sociales y políticos. Con los sacolargos no podemos contar para hacer la revolución. Si el gobierno masacra a su pueblo y a los que protestan les hacen pasar de terroristas, para el sacolargo serán terroristas. Si sus congresistas son unos inútiles, el sacolargo dirá: “Ya, pues, ellos hacen lo que pueden”. Si los alcaldes no saben pagar sus compromisos, el sacolargo dirá: “¿Acaso les sobra la plata?”.
Socialmente, el sacolargo es un buena gente. No se mete con nadie. Es una persona anómica, sin reacciones ni respuestas ante los problemas de la sociedad, porque con él no es el problema. Pero, ¿cómo conocer a un sacolargo? Pues es aquel que hace los mandados sin chistar ni objetar; sale de su trabajo para comprar el frejol; jamás cuestiona una decisión y, como se señala en una página web, es aquel sujeto “cuyo carácter ha sido rebasado por el de su mujer”. Y el sacolargo tiene dos conductas: es obediente a las órdenes y reglas que le impone su compañera, pero, casi siempre es malcriado o agresivo y violento en otros escenarios, como, por ejemplo, en el trabajo. Cuando un jefe, gerente o director se muestra agresivo, prepotente, estricto, intolerante y quiere demostrar que es de personalidad fuerte y de carácter, ya sabe usted de qué pie cojea. Y, también, creo que los sacolargos le confieren a la sociedad momentos de equilibrio, de paz y tranquilidad. (Comunicando Bosque y Cultura).