¿Asustaban al rival con su sola mención ya antes de salir y pisar el campo? Sí. ¿Fue uno de los mejores equipos de todos los tiempos? Sí. ¿Era quizá la más formidable maquinaria ofensiva que ha visto el fútbol? Sí. ¿Podían llegar a jugar como se había visto pocas veces y como probablemente nunca más se ha vuelto a ver? Sí. ¿Era una constelación irrepetible de genios del balón, algo tan excepcional que ni su propio país ha podido replicar? Sí. ¿Eran los favoritos para ganar el Campeonato Mundial de 1982?
Sí. Pero ¿fueron campeones? No. Los caprichos del destino impidieron que la última generación de dioses brasileños del fútbol se coronase como parecía escrito en la profecía.
Dicen que el fútbol se trata de ganar
Que la historia solo la escriben los campeones, pero hay equipos que, sin levantar un trofeo, se graban en la memoria del mundo para siempre. Uno de ellos fue la selección de Brasil en los años 80. Un equipo que decidió no rendirse al pragmatismo, que prefirió jugar bonito… aunque doliera.
Bajo la dirección de Telê Santana, Brasil apostó por el jogo bonito, no solo jugaban al fútbol: bailaban. Cada pase era una pincelada. Cada jugada, una canción.
Estaban los genios.
Zico, el «Pelé blanco», que veía el campo como un tablero de ajedrez. Sócrates, el capitán médico, rebelde y elegante. Falcáo, el equilibrio entre arte y orden. Éder, con su zurda explosiva. Cerezo, incansable. Junior, lateral con alma de mediocampista.
El Mundial de 1982, en España, fue su gran escenario.
Brasil arrasó en la fase de grupos. Venció con autoridad a Escocia, Nueva Zelanda y la URSS. En la segunda ronda, bailó con Argentina: 3-1. Todo parecía escrito. Todo menos el capítulo más cruel.
Italia. Paolo Rossi.
Un partido épico. Brasil atacaba, creaba, soñaba.
Pero cayó 3-2. Y el mundo entero, incluso los que no eran brasileños, sintió que algo hermoso se rompía.
No ganaron: pero lo que dejaron fue más grande que una copa.
Dejaron una idea: que el fútbol, en su forma más pura, es arte.
Y que a veces, perder jugando hermoso es más inolvidable que ganar sin alma. La Selección Brasileña de los 80 no fue campeona… Fue inmortal.