EL ESTÓMAGO SUENA

Por: Marco Hidalgo Murrieta

A pocos días de cumplirse la cuarentena o aislamiento social, las apremiantes necesidades de sobrevivencia están desafiando al propio virus.
Morirse por coronavirus o de hambre, da lo mismo, se resignan los afectados.
Es un dilema ineludible de muchos que están volviendo a las calles a buscar el sustento diario o forman caravanas tratando de regresar a sus pueblos de origen para pasar la pena con sus familias.
La pandemia ya está mostrando el rostro de una crisis alimentaria.

En los sectores más golpeados, la situación sanitaria recupera económicamente a unas familias, a otras las está aplastando. Los bonos salvavidas o disponer de tus aportes (CTS y AFP), inyecta ingresos a los elegidos y ex trabajadores de cierto régimen laboral; a los otros, fuera del sistema, que conforman el bolso pesado del trabajo independiente e informal y desempleados (6 millones 300 mil independientes, 1 millón 700 en microempresas, 700 mil desempleados y 1 millón en subsistencia) esta emergencia y sus medidas restrictivas, los ata de manos, los condena a la orfandad gubernamental, a la miseria absoluta, y por ende, a irse a sus camas o acomodarse en el asfalto o veredas para tratar de dormir sin haber probado alimento.

A modo de ejemplo, tenemos una joven familia de esposos con dos hijos en condición de pobreza superando este primer mes de emergencia. El esposo es “mil oficios”, pero antes tuvo un trabajo estable en una empresa equis y recibió beneficios laborales. La hija en edad escolar es beneficiaria del programa Juntos, han recibido dos remesas (400 soles), resulta favorecida de los 380 soles (en un mes 760 soles); si uno de los cónyuges tiene aportes de AFP puede disponer hasta 2,000 soles, y si es ambos, mejor. También podrá sumar si trabaja como jornalero en una chacra en esta temporada donde son más requeridos, y tampoco está exonerado de recibir la canasta familiar por su condición socio económica. Haciendo cuentas, una bonanza financiera que sobrepasa con holgura sus expectativas de un mes promedio. En estos casos las medidas calzan con las necesidades.

Al otro lado del escenario, los excluidos de los programas de gobierno, que desarrollan un trabajo independiente, pero informal: mototaxistas, vendedores ambulantes, recicladores, comediantes de la calle, cargadores de mercado (estibadores), por mencionar algunos de su tipo. Imaginen en la esquina de una calle cualquiera a una vendedora de maduro con maní o queso en la selva, de chocho en la sierra, o de huevitos de codorniz en la costa; es una trabajadora informal, su familia no recibe apoyo de ningún programa, o tuvo el programa Juntos, pero su hijo dejó la escuela y, por ende, perdió ese apoyo; no recibió el bono de 380 porque el sistema también es injusto o mal elaborado, nunca emitió recibo por honorarios, no cuenta con AFP, menos con CTS. Si no sale a vender algo, no tiene ingreso alguno. El camino es, vender o morir de hambre, o resultar infectada. La caridad es milagro de un día.

Los buenos esfuerzos gubernamentales por medio de bonos salvavidas no llegan a los segundos mencionados. Miles de familias ya no soportan más el confinamiento obligado pasando hambre y se ven forzados a dejar sus hogares para buscar ayuda o retornar a sus pueblos con la esperanza de encontrar el apoyo familiar. El virus invisible no amenaza tanto como el rugir del estómago. Y cuando el hambre golpea, se pierden las formas.

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