Son voluminosas masas de personas que migran desde sus hogares a otros países. El hecho de salir del calor del hogar, ya es una acción muy grande. ¿Quién quiere dejar la comodidad de su casa? Una cosa es salir del calor familiar a otro lugar sabiendo las tareas a realizar, de manera planificada y presupuestada. Otra cosa es salir, abandonando todo, con rumbo desconocido y sin saber qué hacer. Estos éxodos masivos se dan ahora en todos los continentes del planeta: Europa, África, Asia, Oceanía, América. Y, ¿cuál es la causa principal? Lamentablemente el desgobierno de sus países, la muestra de incapacidad de sus gobernantes. Alguien dijo la verdad, que éstos malos gobernantes actúan así por la ceguera de la corrupción; es decir, por robar de manera descomunal el dinero de sus propios pueblos.
Estos gobernantes han desplazado al único Dios infinito todopoderoso, por sus dioses mundanos: Poder, dinero, y placer. Se ufanan para llegar al poder: mienten, evocan falsas sonrisas, despilfarran dineros mal habidos. Se entiende que la razón de participar en política es el servicio del pretendiente a su comunidad. Si no es ésa la finalidad, entonces el gobierno se convierte en una mazamorra infectada. Las consecuencias ahora están a la vista vergonzosa de quienes han actuado de esa manera. Por eso los partidos políticos en una democracia deben ser muy fortalecidos, donde los candidatos no son quienes quieren ser, sino a quienes las poblaciones de bases prefieren abiertamente. Es una pena y vergüenza ajena, que quienes ocupan cargos del más alto nivel del Estado, actúen saqueando los tesoros del pueblo, y ellos son elegidos precisamente para salvaguardar y administrar de la mejor manera esos recursos. El dios poder es utilizado para satisfacer en abundancia al dios dinero. A éstos dos dioses del mal, acompañan el dios placer. Allí se mezclan los tres pecados malolientes y se convierten en barro, donde hociquea el cerdo. Las familias se desenvuelven en ese fétido medio. Ahora la sociedad se da cuenta de las razones por las cuales emergen nuevas generaciones de personas envueltas totalmente de ese barro y ellas se forman creyendo que ese medio es natural y bueno; por eso es que para ellas, la forma de actuar con bondad de otras personas, les parece extraña, propia de personas totalmente fuera del contexto común. Tan grueso es el caparazón resecado del lodo de la maldad, que salirse resulta casi imposible; además ¿por qué salir de allí si es su modo natural y confortable de vida? No está en ninguna parte del plan de su “vida” la acción de tomar otro rumbo de vida. Simplemente no existe para ellas otra alternativa.
Cuando se devela el microscópico espectro donde viven éstas extrañas personas, hacen gestos como si alguien sale de la completa oscuridad a la luz. Allí falta la voluntad de cambio del mismo sujeto. Alguien debe decir a esa persona que no tiene otra alternativa que salir de ese fétido medio si es que realmente desea vivir bien el resto de su vida. Si la persona decide al fin hacer el cambio de su vida, debe recibir la fuerza misericordiosa de Dios para que la variación de actitud sea realmente sostenible.
Entonces, ya serán otros gobernantes que con la ayuda de Dios, como lo hicieron el rey David, su hijo el rey Salomón, entre otros, puedan realizar gobiernos exentos de corrupción, administrando con honestidad los recursos del pueblo. Las familias vivirían bien, con formación humana, en base a la inyección del amor divino de Dios y con formación académica completa. Donde todos tengan trabajo suficiente como en tiempos de los Incas. Donde haya alimento de calidad para todas las personas. Salud buena. Vivencia en armonía como en auténtica hermandad humana. Claro se percibe como a utopía, porque aún al parecer estamos todavía salpicados de ese barro de la corrupción.
Si las familias gozan de paz, armonía, suficientes recursos de vida natural, ¿habrá razones para que existan los éxodos actuales en los continentes? El único éxodo seguiría siendo el de la Biblia, cuando Moisés dirigido por Dios, sacó a su pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Si pretender taparse los ojos, ahora como en esos tiempos del faraón egipcio, se necesita ardorosamente la innegable intervención de Dios, ya no para acompañar al éxodo de los pueblos; sino para evitar éstos éxodos actuales. Pues, los pueblos a donde se van éstas masas humanas no son precisamente tierras prometidas donde hay miel y pan. En esas tierras también hay pobrezas económicas, mentales y sobre todo pobrezas espirituales. Por tanto, los seres humanos no necesitamos pedir al Señor compañía para éstos éxodos; sino, que los gobernantes y los pueblos, dejen de tonterías y de una sola vez, se manejen bien, con la ayuda necesaria de Dios, para que sus pueblos no se auto esclavicen y vivan bien. Que los éxodos actuales sean los derrumbamientos de los caparazones del barro maloliente de la corrupción.