Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con la derrota de los totalitarismos nazi – fascistas en Alemania, Italia y Japón, muchos historiadores especularon que esto significaba el comienzo de una nueva alborada democrática para el mundo, en especial para los países que habían adoptado el modelo democrático como su forma de vida y de gobierno. Esto, a pesar de las amenazas que para este modelo significaban los sistemas totalitarios comunistas de la URSS y la China de Mao, principalmente, dejaba un margen bastante amplio para que los defensores y entusiastas de la democracia representativa anunciaran, con la creación de las Naciones Unidas, que el mundo estaba ad portas de una especie de parusía política y social, en que el acuerdo y el diálogo primarían sobre la fuerza bruta.
Además que esto avizoraba, debido a los organismos de la ONU, como la FAO, la OMS, la OIT, la UNICEF, la UNESCO y otros, que el modelo que se proyectaba como mundial tendería a extenderse y tarde o temprano la humanidad podría alcanzar la utopía de un mundo de paz, sin discriminaciones ni explotación del hombre por el hombre. Esto, por supuesto, no pasó de los buenos deseos de soñadores como Anthony Eden y Dag Hammarskjöld, el primer Secretario General de las NNUU, que pereció trágica y sospechosamente en un accidente de aviación sobre el Sinaí.
El hecho real, es que, como siempre ha sucedido en la historia, los intereses se sobrepusieron a los buenos deseos, y organismos financieros creados para otorgar estabilidad y equidad a las naciones, como el FMI y el Banco Mundial, se transformaron de facto en instituciones usureras que respondían los intereses de los grandes capitales de los países más desarrollados. Es por ello que ni con el fin de la Unión Soviética ni con la infeliz afirmación de Francis Fukuyama del “fin de la historia”, el mundo ha podido acceder ni remotamente al estado ideal que los modernos utopistas hubieran deseado.
Muy por el contrario, después de la caída del comunismo soviético y de la cortina de hierro en los países del Este europeo, los conflictos en la periferia se han extendido hasta niveles nunca imaginados y lo que hubiera parecido una fea pesadilla de la que se despierta se hizo realidad hace 15 años con el derribo de la torres gemelas de Nueva York el 11/11/2001. La responsabilidad de esta tragedia, las invasiones de Afganistan e Irak y la reacción de los grupos islamistas radicales que han llegado a conformar un “califato islámico”, son sólo las manifestaciones epidérmicas de un fenómeno que ha seguido acechando a Occidente y al mundo desde 1945: el rebrote de los totalitarismos enmascarados de nacionalismos y populismos.
Por ello vemos que en la Rusia ex soviética, un sujeto sin escrúpulos como Putin, ha conseguido erigirse como el jefe supremo de un país que tiene un sistema que más parece una Federación de Mafias cuyo objetivo es la dominación del mundo a toda costa.
Y esto se traslada por igual de Korea del Norte a Venezuela, pasando por la Siria del déspota Al Assad y engullendo en su camino a países como Filipinas que han sido tomados por tiranuelos como Deterte. En el Perú, por poco -por un pelo dirían algunos- nos hemos librado que el populismo neo fascista fujimorista se haga con todo el poder más que nada debido a la presencia de actores políticos de comprobada vocación democrática, como Peruanos por el Kambio y Alianza Para el Progreso.
Sin embargo, vemos con preocupación, cómo en los países con mayor tradición democrática se cierne el peligro que el poder sea tomado por asalto por las fuerzas totalitarias. En Francia, avanza la ultraderecha del Frente Nacional, al igual que en Alemania el movimiento xenófobo Alternativa para Germania, y en el reino Unido el partido de ultraderecha ganador del Brexit. En los EEUU se yergue el peligro que un sujeto con discurso de odio y lugares comunes dirigidos a los estratos más ignorantes de las sociedad norteamericana, como Donald Trump, pueda hacerse del poder en la mayor democracia de la tierra y con ello dar un giro inesperado a todas las proyecciones que aún confían en el triunfo de la paz y la libertad en el planeta. Podría ser el comienzo del final de las democracias.