Por: Edwin Rojas Meléndez
Para los que leen poco o nada, Gabriel García Márquez, nació, cuando Netflix estrenó el 11 de diciembre de 2024 la serie televisiva Cien años de soledad. Es verdad que el cine, jamás despierta la imaginación como la novela escrita. Sin embargo, esta producción provoca en jóvenes y adultos interés por leer y conocer: la llegada de inmigrantes, guerras, desaforadas relaciones sexuales, pestes y locuras en Macondo. Fundado por José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán. Primos unidos en relación incestuosa, atormentados por la creencia familiar que engendrarán un niño monstruo con cola de cerdo; que, si nació, en la séptima generación, y fue devorado por las hormigas.
Un niño atrapado en el misterio
Gabriel García Márquez, nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, Colombia, cuando aún quedaban rezagos de la fiebre del banano. Vivió los primeros cinco años en casa de sus abuelos maternos, el coronel Ricardo Márquez y la abuela doña Tranquilina Iguarán. Era el único niño en la casa habitada por tías supersticiosas, como la tía Petra y la tía Elvira; y premonitorias, como la tía Francisca Simonosea, que un día se sentó a tejer una mortaja, y cuando Gabriel le preguntó: ¿Por qué estás tejiendo una mortaja? Porque me voy a morir, –respondió— Y en efecto, cuando terminó de tejer la mortaja, se acostó en la cama y murió. Así recuerda a sus abuelos: “El coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, es tal vez la persona con quien mejor me he entendido y con quien mejor comunicación he tenido jamás. Murió cuando yo tenía ocho años. No lo vi morir, porque yo estaba en otro pueblo lejos de Aracataca. Mi abuelo era rechoncho y sanguíneo, y era además el comilón más voraz que recuerde y el fornicador más desaforado.” Él lo llevó a conocer el circo, el hielo, admirar al diccionario, y le contó las tragedias de las guerras en las que participó. Mientras la abuela, lo asustaba con los espíritus de los familiares muertos. Si te mueves –decía la abuela al niño— “va venir la tía Petra o el tío Lorenzo que están en su cuarto.” Esta etapa de su vida, lo marcó para siempre. “Mi recuerdo más vivo y constante no es el de las personas sino el de la casa misma de Aracataca donde vivía con mis abuelos. No es que he vuelto a ella, sino que estoy allí, sin edad y sin ningún motivo especial. Persiste el que fue mi sentimiento predominante durante toda aquella época: la zozobra nocturna. De día, el mundo mágico de la abuela que me resultaba fascinante, vivía dentro de él, era mi propio mundo. Pero en la noche, me causaba terror. El abuelo, en cambio, era para mí la seguridad absoluta dentro de un mundo incierto de la abuela”.
Un padre ausente, que conoció a los ocho años
A la muerte del abuelo, pasó a vivir con sus padres, por poco tiempo, porque al cumplir doce años, se fue al colegio en Barranquilla y Zipaquirá. Pero reconoce que su padre le orientó a la literatura. Mi padre, decía: “Era un hombre esbelto, moreno, dicharachero y simpático. Le conozco muy poco, mucho menos que a mi madre. El resultado fue que nuestras relaciones hasta mi adolescencia fueron para mi muy difíciles, y siempre por culpa mía, él era entonces de una severidad que yo confundía con la incomprensión. Creo que muchos elementos de mi vocación literaria me vienen de él. Le ha gustado siempre la buena literatura, y es un lector voraz. No conozca a nadie más mordido por el vicio de la literatura.”
El oficio de escritor
De joven escribía de nueve de la mañana a tres de la tarde, fumando cuarenta cigarrillos diarios. “Por la mañana necesito silencio. Por la noche, un poco de alcohol y buenos amigos para conversar. Todo corresponde a lo que quiso decir William Faulkner cuando declaró que la casa perfecta para un escritor es un burdel, pues en las horas de la mañana hay mucha calma y en cambio en las noches hay fiesta. Decía.
Todo parte de la realidad
“En mi caso, el punto de partida de un libro es una imagen visual. La siesta del martes, que considero mi mejor cuento, surgió de la visión de una mujer y de una niña vestidas de negro y con un paraguas negro, caminando bajo un sol ardiente en un pueblo desierto. La Hojarasca, es un viejo que lleva a su nieto a un entierro. El coronel no tiene quien le escriba, es la imagen de un hombre esperando una lancha en el mercado de Barranquilla. Cien años de soledad, un viejo que lleva a un niño a conocer el hielo. Pero quien me permitió descubrir que iba a ser escritor, fue Kafka, que, en alemán, contaba las cosas de la misma manera que mi abuela. Cuando leí a los diecisiete años La metamorfosis, descubrí que iba a ser escritor. Al ver que Gregorio Samsa podía despertarse una mañana convertido en un gigantesco escarabajo, me dije: Yo no sabía que esto era posible hacerlo. Pero si es así, escribir me interesa”.
Bibliografía
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel y APULEÑO MENDOZA, Plinio. El olor de la guayaba. Editorial Oveja Negra. 1982
GARCÍA MÁRQUEZ. Vivir para contarla. Grupo Editorial Norma. 2002
El próximo sábado, de Cien años de soledad, contamos la pasión sexual de los hermanos Rebeca, come tierra, y José Arcadio, el mujeriego corpulento, cuerpo tatuado y descomunal masculinidad.