Existe una comarca de aves, cuya superficie territorial es calificada como una indigente que reposa sobre mucha riqueza. Quizá el antimonio de esa riqueza ha influido para que la vida social en la comarca sea siempre tormentosa. De pronto, aparece un gato, espigado, blanco, que pretende ser el adalid de ésta sociedad plumífera. Inicialmente las aves se espantaron porque podrían caer en sus garras y terminar en su sistema digestivo. En verdad, el espigado felino no demostraba ninguna intención de alimentarse de alguna de ellas. El gato sentíase cómodo allí, porque observaba abundancia alimenticia por doquier y qué necesidad tendría de estar haciendo esfuerzos en capturar a las huidizas aves. Y, para encontrar algún grado de empatía con las ellas, emitía finos maullidos esforzados, pretendiendo caer bien. En efecto, las jovencitas emitían opiniones favorables de éste gato, que muchas hasta se imaginaban convertirse en gatas para perpetuar sus genes. Revolotean a su alrededor, se posan en su fino lomo y en las tambaleantes orejas. Otras picotean con delicadeza la punta de la movediza cola. El “sabelotodo” gato hacía entender que estaba contento con ellas, con gestos y maullidos supuestamente cariñosos. Hay en la comarca mucho alimento, que solo es cuestión de servirse. El gato come sin medida y luego de algunos años se convierte en un felino gordo. A veces, parte de la comida comparte con otros gatos que viven en lugares diferentes. Quizá es bueno comer bastante, pero no es bueno saciar la glotonería, hasta el punto de dejar sin alimento a las habitantes naturales del territorio: las aves. Entonces, las plumíferas adultas se sienten mortificadas con la ´presencia permanente y ociosa de éste felino; pero más se molestan, cuando ven que las jovencitas le rodean y le hacen caricias con sus tiernos picos. Un ave vieja reniega: “Bueno es culantro, pero no tanto. ¿Hasta cuándo vamos a soportar que éste gato gordo se acabe nuestro alimento?”
De pronto aparece en la comarca una gata amarilla. Las aves la miran sorprendidas. Se acercan con cierto recelo y la felina trata de ser cariñosa, rescatando la estrategia empleada por el gato blanco, para procurar convivir también en éste territorio, porque ya vio de reojo la abundancia de alimentos y enseres. Luego de algún tiempo, aves jóvenes y viejas, se convierten en seguidoras de la gata amarilla. No solo tiene comida y comodidad en la comarca, convence a las aves a que trajeran más comida y más enseres. “¿de dónde?”, la preguntan. “Ustedes vean, de las otras comarcas vecinas” responde la gata muy resuelta, porque no está pidiendo un favor, sino está ordenando a las inocentes aves. Bueno, como las plumíferas creen que se trata de una “amiga”, la obedecen. Van en vuelo alto a las comarcas vecinas y llevan alimentos y enseres en sus picos y de pronto la comarca de nuevo se llena de alimentos. Pasan los días y las aves observan que las cosas traídas ya no se encuentran en el territorio. ¿Qué está pasando?, es la pregunta de casi todas las aves. En una noche oscura, en el espeso follaje de un árbol, un “intuto” (Zorro o zarigüeya) agazapado pretende coger un ave, pero falla porque la posible presa vuela al azar por el aire oscuro y cae en la explanada cubierta de pasto. Está allí, callada, con el cuello estirado, abriendo los ojos, procurando observar, aunque con dificultad por la penumbra. El “intuto” no está, seguro fue por otra presa. De pronto, la luna hace llegar sus tenues rayos y el ave ve en sombra el desplazamiento de la gata amarilla, cogiendo los alimentos y enseres, entre sus patas delanteras y llevando de prisa fuera de la comarca. Va una y otra vez, hasta dejar la comunidad desabastecida.
En asamblea general, las aves acuerdan defenestrar a estos dos gatos de la comarca. Desde sus llegadas, solo se han preocupado, el blanco con llenarse de sobre alimentos y alimentar a su familia; la amarilla, además de engordar también, se ha preocupado de llevar los insumos a otras partes, seguramente con la intención de hacerse la buena y quedar bien con otros gatos, pero con los trabajos de las aves. En los primeros años las aves tomaban estos pequeños esfuerzos como si estarían haciendo ejercicios de salud; pero, a medida que pasa el tiempo y las edades avanzan, éstos supuestos pequeños esfuerzos ya se convirtieron en grandes sacrificios, que hacen reaccionar a las que realmente trabajan por nada, solo para satisfacer caprichos de una gata que no es de la comunidad y que su presencia a nadie le interesa. “Es una convenida aprovechadora de la inocencia de las aves”. Por tanto, ¿qué hace aquí?; ¿por qué no se va a su tierra a freír monos en sartén de palo? En resumen, los dos gatos en la comarca solo han provocado a las aves malos ratos.