En estos días de algarabía por el fútbol peruano y por el desempeño de la selección, han sucedido casos de maltrato contra la mujer que se han difundido en los medios de comunicación y que han indignado, una vez más, a la colectividad.
Escuchar que bajo el pretexto de una presunta infidelidad, el hombre tenga el derecho de maltratar a una mujer no tiene razón de ser. Y con eso no quiero justificar la infidelidad (para quienes se puedan escandalizar). Nadie, en ninguna circunstancia, por ningún motivo tiene derecho a ponerte una mano encima (maltrato).
Pero resulta cobarde salir a través de comunicación, primero para decir que se ha violentado la intimidad, sin embargo, cuando se trata de hacerse la víctima y contar que ese maltrato ha sido producto de una reacción porque la mujer le fue infiel, la intimidad le importa un carajo.
Al leer diferentes casos, diferentes circunstancias, diferentes personas con creencias diversas, con profesiones diferentes, con maestrías, sin ellas, con secundaria completa, sin ella, me doy cuenta que ayer, hoy y mañana, la violencia doméstica será un tema cotidiano que muchas veces no se denuncia por temor al escándalo (como si viviríamos de la gente).
Me gusta ver que mujeres van perdiendo la vergüenza de decir basta, de gritarle al mundo que a su lado vive un indeseable, que a su lado hay alguien que a través de manipulaciones intenta mantenerla cerca, porque el amor que aparentan es más importante que ser realmente felices.
Y sí, seguro algunos se están diciendo….. y los hombre qué… lo reitero, sé que también hay casos, pero hoy quise dedicar esta columna a esa mujeres que han sido agredida, que lo siguen siendo y quiera Dios que en un futuro no muy lejano se liberen. No hay nada mejor que estar lejos de lo que asusta, de lo que hiere, de lo que envenena.