Han marcado tu vida para bien o para mal. Han moldeado tu carácter de una y otra manera. Te han hecho llorar y reír. Sabían cómo lidiar con tus enojos y sus caricias siempre eran el mejor remedio. Nunca les importó que les jales la falda o arrugues el pantalón al pedirle algo, con una sonrisa y con prometer portarte bien, todo estaba solucionado.
Desde que tengo uso de razón he estado muy cerca de los educadores. Soy hija de una docente, con apenas 30 años inició en el magisterio y yo estaba dentro de ella a unos meses de nacer. Se dio cuenta que enseñar no era cosa fácil y desde entonces no ha dejado de capacitarse, hoy a sus 60 años es una docente altamente capacitada, pero mal pagada.
Ser hija de una maestra no fue fácil, las ausencias siempre se han sentido. Nunca pude ver a mi madre sentada en las tribunas aplaudiendo mi actuación por el día de la madre o el día del maestro, porque en ese momento estaba ocupada haciendo recuerdos para que otros niños entreguen a sus padres. Apenas la conocían en mi aula, ella no podía acudir a las juntas de padres de familia, porque justo ese día estaba entregando libretas y tenía que comunicar los logros de sus alumnos. Me tocó ver cómo consolaba con amor a sus estudiantes cuando acudían a ella llorando, no saben cuántas veces me sentí mal cuando abrazaban a mi madre y le decían “mamá”. Son innumerable las veces que me tocó verla desvelarse por hacer proyectos y fichas pedagógicas, me quedaba dormida repitiendo: “mamá ven a dormir conmigo”.
Yo sé que a ella también le ha dolido sacrificar tiempo de mi crecimiento por cumplir con su labor, con su vocación de maestra que la hizo y le hace feliz. Me siento orgullosa cuando en la calle señores, niños y adolescentes le agradecen todo lo que ella hizo por ellos. Me siento orgullosa cuando dicen que mi madre ha sido la mejor maestra que les pudo haber tocado, cuando me preguntan y me dicen cosas como: “¿Eres hija de la maestra? Qué orgullo, tu mamá me dio clases y siempre le voy a estar agradecido”.
“¡Qué buena vida llevan los profesores, tres meses de vacaciones!”, “Estudiar Magisterio es para ineptos, una carrera en la que muchos se meten porque no tienen nada mejor que hacer”, cuántas veces hemos escucho este tipo de comentarios.
Ser profesor es una ardua tarea, implica tener paciencia, empatía y el cariño. Ser docente requiere valores y vocación. El profesor marcará para siempre el futuro de sus alumnos. Recuerdo que una vez mi profesora de quinto me dijo que las matemáticas no solo son números, sino también una forma de ver el mundo, la vida y su evolución”; si alguna vez recordaste momentos como éste, entonces la enseñanza valió la pena. Todo lo que aprendemos en la escuela influirá de alguna manera en nuestra vida futura.
Mi mamá como muchos profesores están en huelga y aún no tienen solución, sometidos a un chantaje y desprestigiados por grupos de personas que no están de acuerdo por su medida de fuerza, los insultan desde ociosos hasta incapaces, duele, claro que duele, indigna y llena de rabia.
Yo estoy de acuerdo en que luche por lo que a ella le corresponde. Así como mi madre, hay muchas personas que se han sacrificado mucho, hay miles que tienen historias similares. Ellos están peleando para que se les respete todo lo que han sacrificado, luchado, trabajado y estudiado. Están luchando para que el gobierno les dé su lugar, el lugar que se merecen.
La educación va a mejorar a partir de que los docentes tengan capacitaciones más frecuentes (sin chantaje) y mejores salarios, no sólo los que están en las ciudades, sino también aquellos que están en la zonas más apartadas y vulnerables del país, aquellos que deben atravesar trochas para llegar a enseñar en la escuela que no tiene techo ni pizarra.
Por eso… al maestro con cariño y a la hija de la profe, también.