Existen tendencias que son un legado oculto de los años noventa en la actual sociedad.
Por: Beto Cabrera M.
El pretexto dado por Fujimori fue que el Congreso obstruía las leyes necesarias para la recuperación económica y la lucha contra la subversión. La percepción ciudadana del Congreso no era buena y el autogolpe fue aprobado por casi el 80%. Fujimori recibió el respaldo de las fuerzas armadas que demandaban mano fuerte contra la subversión y de los sectores empresariales que estaban de acuerdo con la política económica que llevaba a cabo el gobierno.
El legado del 5 de abril todavía pesa sobre la vida política del país. Fujimori y Montesinos no inventaron el oportunismo de los “independientes”, pero lo aprovecharon y lo impulsaron. Tampoco fueron ellos quienes indujeron el colapso de los partidos llamados tradicionales. Pero potenciaron esa tendencia: generalizaron el término “partidocracia” como un estigma y, mediante la manipulación de las reglas de representación política –es decir, régimen electoral y ley de partidos—, provocaron la dispersión extrema y la degradación del sistema político. Hoy, a más de tres décadas, todavía vivimos bajo ese régimen que priva a la ciudadanía de una representación política con significado democrático.
Es imposible evocar el golpe de Estado de 1992 sin mencionar los dos grandes rasgos del gobierno al que este dio origen: una corrupción sistemática y un régimen de impunidad para atroces violaciones de derechos humanos. Mucho se ha escrito sobre esos rasgos y resulta innecesario describirlos aquí. Más útil es resaltar que uno y otro son variaciones y resultados del hecho central: la concentración de poder, la abolición del Estado de Derecho, el avasallamiento de las instituciones. La subordinación de la prensa mediante prebendas y amenazas es efecto de ese autoritarismo, aunque haya sido también una causa de su perduración.
Desde la fuga de Alberto Fujimori, en el año 2000, el Perú intenta reconstruir una democracia mejor liberándose del lastre de ocho años de autoritarismo, corrupción y degradación radical del espacio público. Son varios, tal vez muchos, los pasos dados en esa dirección. Pero no son menos los pasos pendientes. Salvo excepciones, los medios de comunicación parecen todavía un reflejo de la cultura de la estridencia, la evasión y el ocultamiento orquestada por Vladimiro Montesinos.
Las organizaciones políticas no han logrado constituirse en entidades razonablemente representativas, y comprometidas con el Estado de Derecho.
El país empieza a ser invadido por olas de intolerancia, por retóricas de exclusión y por un amoralismo que presenta a la política como el reino del interés privado y no como la arena de las inquietudes públicas. Esas tendencias son un legado oculto de los años noventa.
En la actualidad, Alberto Fujimori se encuentra preso y es un anciano que se aferra a sus equivocaciones. En un mensaje que se difunde por los medios de comunicación, trata de justificar lo que hizo mal. Expresa que quebrar la institucionalidad democrática era para tomar medidas excepcionales y con ilógico argumento afirma que buscaba la preservación del Estado de Derecho y la Democracia en el Perú.
Los tiempos han cambiado y nuevos retos sociales, económicos y políticos se presentan para el futuro. El Perú sigue siendo un país ampliamente desigual e informal; en los últimos meses, violaciones de los derechos humanos con un alto grado racial y altisonantes discursos que han polarizado el país extremista, la economía sigue siendo primaria y en lo político no existen partidos que den mayor fortaleza a nuestra débil democracia.
Transformar esa realidad, son los retos de las nuevas generaciones, que deben siempre conocer el pasado, para no repetir los errores que sembraron los fujimoristas, en una época de nuestra historia, no dejemos que nos quieran seguir manipulando y engañando. Quien no conoce su historia, está condenado a repetir los errores, y parece que en ese camino vamos, ojalá que este equivocado.