“Papá, te amo por olvidarte de todos mis cumpleaños, “Papá, te amo por no haber estado presente en ninguna de mis navidades, “Papá, te amo por no llamarme nunca”, “Sobretodo papá, te amo porque gracias a ti tengo a una hermosa mujer a mi lado, una mujer que nunca tuvo miedo, una mujer que ha sido fuerte y perseverante. Esa mujer que tiene los huevos que a ti te faltaron, papá”.
Mi madre empeñó todos sus sueños de princesa cuando su vientre empezó a tomar forma. Entre dudas y miedos, ahí es donde todo comenzó.
Mi madre fue doble madre, porque también fue padre, ella se plantó y no cayó en facilismos. Crecí con tanto amor que nunca noté la falta y la cobardía de un progenitor que nunca existió. Mi viejita es una mujer indestructible, sin descansos, sin vacaciones, sin ayuda y sin excusas, como la historia aún no termina, ella sigue hasta el final sin dar un paso atrás.
Sus miradas eran de terror y cualquier berrinche se borraba en cuestión de segundos. Era sorprendente como podía cambiar de enojo a alegría, de gritos a caricias, cuando en verdad quería agarrarme a correazos. Lo más terrorífico era cuando se juntaba con las madres de mis amigos del barrio, ahí formaban las voces de un coro, eran melódicas y nunca se equivocaban al llamarnos pasada las 10 de la noche: “Muchacha del demonio”, seguida por un “Tienes 3 minutos para llegar o duermes afuera”. “Claro, mientras la estúpida de tu madre se la pasa limpiando todo el día, tú llegas con la ropa sucia”, era la última sentencia de la noche, pero todo se me olvidaba porque sabía que al acostarme me despediría con un beso y una caricia en el cabello, esa era una extraña manera de decir “te quiero pequeña demente”.
“Búscame y me encontrarás”, “Esto no es hotel para salir y entrar sin decir nada”, “Y si tus amigos se arrojan de un puente, ¿tú también?, “¡Ahora sí te voy a dar motivos para que llores!”, “Toma la sopa o te meto con cuchara y todo”, “¿Crees que yo nací ayer?”, “Cuando tengas tus hijos dirás, mi madre tenía razón”, “Todo te entra por una oreja y te sale por la otra”, “¡Que sea la última vez!”. Recordar cada una de estas frases es remontarme a mi niñez, mi adolescencia y hasta hoy por la mañana, porque para mi mamá siempre seré su bebé. Si estas frases te fueron familiares, tu madre vale oro.
A veces, sobran regalos pero faltan palabras para decirle a esa viejita adorada lo mucho que la amamos y explicarle que esa aparente rebeldía y desobediencia que tanto les suele herir o molestar, es también una forma de expresarles nuestro amor, porque es la manera en que afirmamos nuestra propia identidad, la manera en que rompemos el cascarón para vivir nuestras propias vidas, la manera en que conquistamos nuestra libertad en este caótico mundo.
Mamá, es la primera palabra que pronunciamos en la vida, la que uno grita en los momentos de peligro, cuando algo te asusta y amenaza, cuando buscas instintivamente ayuda y protección. Es la palabra que llega a tu corazón cuando estás sola y abandonada, cuando imploras desesperadamente un poco de calor humano y de cariño.
Un caluroso saludo a aquellas hadas madrinas que pintan de estrellas el mundo para que a sus hijos no les falte nada. Para esas mujeres con mayúsculas que engalanan el género y que todo verdadero hombre debería sacarse respetuosamente a su paso el sombrero para homenajear su grandeza. Por esas mujeres que tienen los huevos que a muchos les faltan. Para tu madre, para la mía, para todas las madres.
Por ti, que tuviste los huevos que a mi papá le faltaron… Feliz día mamá, hoy y todos los días.