Ante tanta confusión de corrupción, la gente siente pronto desmoronamiento de su sana esperanza de vida. Si adultas están confusas, más aun lindos niños e inocentes adolescentes.
Dice el maestro como hombre diestro, que el humano pequeño es como vaso vacío, al que los ´padres responsables y la sobria sociedad, asumen imperiosa necesidad de llenarle gota a gota ¿De qué? ¿De qué estamos llenando a nuestros niños en estas últimas generaciones? De la oprobiosa corrupción; de autoridades nacionales, regionales y locales, con mentalidad encasillada solo al acopio de dinero procedente del propio Estado, al que deben servir, al que es de todos los habitantes; del crimen organizado; de la mafia; del terrorismo; del robo en todas sus formas, que se dan a conocer como noticias en todos los medios de información; de la ausencia de valores; de que el dinero es todo; de que la supuesta diversión con embriaguez son buenas; de que la infidelidad se proclama en versos y canciones populares; de trastoques de las personalidades humanas naturales. ¿Por qué no se llena aquel vaso vacío de la equidad de oportunidades de todos los seres humanos? ¿Por qué no se llena ese vaso con el inmenso amor que se debe profesar entre todos los individuos? ¿Por qué no se llena ese vaso vacío con el respeto que se le debe dar a la madre naturaleza?
En realidad, parece que hemos perdido el norte de nuestra existencia humana. Hace años atrás, los hombres se dedicaban solo a buscar alimentos y guarecerse en el bosque para descansar procurando no ser presa fácil de animales silvestres. Después, los alimentos se encontraban en el bosque y como resultado de la agricultura. En las últimas décadas, además de la alimentación y la vivienda, el hombre hace denodados esfuerzos por desarrollar su intelecto, con ciencia, tecnología y mucha investigación. Como resultado tenemos a hombres que visitaron la luna; descubren nuevas estrellas; auscultan el pasado de los primeros seres humanos con la arqueología; emprenden la carrera tecnología con el ciberespacio, la radio, la televisión, el internet. Entonces, si desde siempre el hombre se ha dedicado a la alimentación bajo diferentes modalidades, ahora ¿ya tenemos seres humanos físicamente bien dotados? ¿No existe un solo hombre que no se alimente bien? Por otro lado, si sacamos lustre a nuestros alicaídos avances tecnológicos intelectuales, ¿no existe un solo hombre sin estudios básicos siquiera en la tierra? ¿Ya todos los hombres del planeta tienen estudios superiores? Empero, estos resultados científicos, tecnológicos, hasta filosóficos, no significan nada, absolutamente nada, ante la grandeza del universo, ante la magnanimidad de Dios, porque estos avances de hoy se verán empequeñecidos a otros avances también pequeños que vendrán mañana. No hay de qué ufanarnos.
Debe ser materia de profunda preocupación, la carencia de alma viva en el actual ser humano. Si antes solo pensaba en comer y dormir; luego en desarrollar algo de su intelecto; ahora es el momento de que también desarrolle su alma, porque al final de cuentas, en su corta vida, el hombre debe derrochar felicidad; y demostrarla en su entorno cercano: su familia. Ésta felicidad hacerla extensiva al resto de la sociedad. Una sociedad alcanza su felicidad, cuando las familias son felices.
La sociedad se ve fortalecida cuando está conformada por familias felices. La sociedad que tiene cultura propia, debe asirse de ella para procurar la felicidad de sus familias. Una sociedad feliz no necesariamente debe estar saturada de normas legales, sino de confianza entre sus integrantes. Para alcanzar ese grado de confianza, las personas deben ser formadas de manera integral: alimento material, desarrollo intelectual y grandeza espiritual.
Así, se podrá cultivar una auténtica ideología nacional, sin necesidad de importar pelirrubios ni orientales; mucho menos ser ninguneados por la autoridad de otro país. No hay necesidad de buscar dependencia de otra sociedad, mucho menos si la nuestra es extremadamente millonaria en cultura humana y riqueza natural, aunque haya sido mil veces saqueada por supuestos descubridores e incluso por ímprobos paisanos de rasgos autóctonos.