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El kabuki, es una forma de teatro japonés tradicional que se caracteriza por su drama estilizado y el uso de maquillajes elaborados en los actores. Se cree que la palabra kabuki en realidad está derivada del verbo kabuku, que significa “inclinarse”, o “estar fuera de lo ordinario”, de modo que el significado de kabuki puede ser interpretado también como teatro “experimental” o “extraño”. El kabuki comenzó a principios del siglo XVII con canciones, bailes, escenas graciosas, luchas enérgicas y una escenografía espléndida. El bunraku es el teatro de marionetas japonés.

La historia del kabuki comenzó como un conjunto de drama y danza ejecutado por mujeres, una forma muy diferente de su encarnación moderna. Muchas de las ejecuciones en este período fueron de carácter indecente, las ejecuciones sugestivas eran realizadas por muchas imitadoras; estas actrices estaban comúnmente disponibles para la prostitución, y los miembros masculinos de la audiencia podían requerir libremente de los servicios de estas mujeres. Por esta razón, el kabuki era también escrito como 歌舞妓 (prostituta cantante y bailarina) durante el período Edo.

La actual bancada del fujimorismo en el Congreso peruano es una extravagante mezcla de teatro kabuki y de marionetas bunraku, que interpretan papeles reñidos con la sobriedad y el buen gusto en la política. Ya desde antes que se instalara el nuevo Congreso, el fujimorismo dio evidentes muestras de soberbia combinada con gestos teatrales como el reclamar que se les “pidiera“ (sic) disculpas por las denuncias de corrupción y narcotráfico hechas en campaña. A menos de dos meses de instalado el nuevo Congreso ya la población percibe que el maquillaje de democracia y “lucha contra la corrupción” eran sólo una táctica para engañar a los intonsos de siempre.

La vocación autoritaria y corrupta del fujimorismo nace con su mismo líder y fundador, el corrupto autócrata Alberto Fujimori, y si sus seguidores han conseguido –luego de cambiar de nombre incontables veces- continuar en la política peruana es sólo por la debilidad estructural de nuestro país cuyas débiles instituciones permiten que aquellos que las pisotearon pudieran continuar en la reinstalada democracia, cuando lo lógico hubiera sido que al igual que con Sendero Luminoso y sus nombres de fachada , se les prohibiera participar en cualquier proceso electoral, tal como en Alemania se hizo con el nazismo.

Hoy estamos viendo las consecuencias de los errores del pasado, cuando esta bancada fujimorista con mayoría absoluta por obra y gracia de la “cifra repartidora” creada por el mismo Fujimori en su Constitución de 1993, que permite que con el 39% de los votos válidos hayan obtenido el 60% de los escaños en el Congreso, está demostrando que los vicios de origen que llevan como lastre siguen vigentes y por ello es que en los últimos días hemos sido testigos de verdaderos escándalos que van desde la coacción antidemocrática para mantener unida con pegamento de la peor especie a su bancada hasta la denegación de medidas para que la UIF pueda combatir la corrupción con algún éxito, pasando por el vergonzoso “bullyng” a la cándida Yeni Vilcatoma.

Es claro que la mafia enquistada en el fujimorismo no podía permitir que la políticamente desorientada Vilcatoma propusiera una procuraduría para el lavado de activos, lo que afectaba directamente al “padrino” y financista del fujimorismo, Joaquín Ramírez. A partir de allí es que comienza a despintarse el maquillaje del kabuki fujimorista con el hostigamiento a Vilcatoma que sólo termina con su salida del grupo mayoritario, que ahora se ve reducido a una especie de redil sin voluntad ni decisión, por la ley aprobada que les condena a ser parias congresales si se atreven a querer actuar como verdaderos congresistas, es decir no sujetos a mandato imperativo, convirtiendo así a la bancada en un auténtico “bunraku”, o teatro de marionetas.

Lo más grave es que las intenciones de Peruanos Por el Kambio y otros grupos, como Alianza Para el Progreso, Acción Popular y el Frente Amplio, de combatir a la corrupción generalizada producto del narcotráfico, la minería ilegal y el contrabando, se ven obstaculizadas por las trabas que pone el fujimorismo para que la Unidad de inteligencia Financiera pueda obtener acceso al secreto bancario de los sospechosos de lavado de activos. Pretenden -como pretende Cipriani en el plano de los Derechos Humanos- que el Perú siga siendo un lunar en América Latina en que sea imposible que los corruptos y mafiosos puedan ser interceptados. Veremos en qué termina esta obra mediocre, pero lo que está claro para la mayoría de peruanos es que al kabuki japonés se le cayó el maquillaje.