Remembranzas
Por: Pedro Emilio Torrejón Sánchez
Alguien gritó :« Se están trompeando ». Y señalando el fondo del patio de la escuela, costado de la calle Castilla, todos los presentes corrímos a ver lo que pasaba.
Los dos más altos de nuestro año, Lucho Tripa Del Aguila y Fernando Santillán se estaban mechando. Desconozco el origen de esta pelea, lo único que me acuerdo es que se estaban dando duro y parejo. Ninguno de ellos quería pedir chepa. Venían a la carga como toros heridos en una corrida.
Habían unos que estaban por El Tripa, otros por Fernando ; y pocos, como yo, ni por uno ni por otro. Los que habían tomado partido por uno de ellos, cuando veían o escuchaban que el contrincante decía o hacía algo, exclamaban : « Ushu-hom ». El objetivo era alentarles y que puedan mantenerse en el pugilato lo más tiempo posible. En ese entonces, estaban levantando otras aulas en la escuela y habían materiales de construcción al costado donde se desarrollaba la peleita. En eso, uno de los adversarios tomó un shunto de arena fina, le esparció en el rostro de su rival. No me acuerdo quién fue. El otro cegado por el elemento que venía de recibir en la cara, daba golpes al aire. Ahí se paró la pelea : por eso y porque el Padre Javier vino a separar a los trompeadores y a calmar los ánimos de los partidarios.
El Padre Javier Burga Martín era el Director de la Escuela de Aplicación (hoy IEN N° 0620). Español de origen pero tarapotino de corazón. Tenía un vozarrón que hacía vibrar los vidrios de las ventanas de nuestra escuelita, y una barba impresionante que nos inducía a pensar que él era Santa Claus. Buena gente, su presencia irradiaba respeto y comprensión. Nunca escuché malos comentarios de su persona, ni tampoco chistes que le comprometieran.
Me acuerdo que, durante las clases, si uno quería ir al baño para hacer sus necesidades, tenía que cerciorarse que el disco esté del lado de color verde. Era un disco en carbón de 33 revoluciones pintado en rojo, de una cara, y verde, de la otra. El disquito estaba colgado de una sogilla en la puerta de entrada a la aula. Si uno salía, tenía que poner el disco en rojo ; al regresar, poníamos el disco en verde. Pero, los que más se iban a los servicios higiénicos eran los alumnos que estaban sentados cerca de la puerta. Por eso la profesora nos hacía cambiar de lugar cada cierto tiempo. Así que los falsos quichaterillos, no podían hacer de las suyas.
Recuerdo también que cada mañana, uno de los alumnos (la escuela era mixta) tenía que leer un pasaje de la Biblia : del Antiguo o del Nuevo Testamento, poco importaba. El alumno designado se levantaba de su carpeta, se encaminaba al frente de los otros compañeros de clase, se ubicaba al costado del bureau de la profesora (la decíamos « Señorita »), la Biblia estaba sobre el pupitre. Buscaba los versículos correspondientes y emprendía la lectura para todos. Era el ritual establecido de todas las mañanas antes de empezar los cursos. Me acuerdo que un día, el elegido para leer las Santas Escrituras fue Germán García, que vivía en Partido Alto, cuadra nueve del jirón Augusto B. Leguía. Abre la Palabra de Dios, busca el pasaje bíblico, era una parábola. Y Germán que pronuncia : « Para bola ». Todos los muchachos se carcajearon, la señorita también (creo que era la miss Pilar Rodríguez). Ya pues Germán, no te pases, está bien que te guste el fútbol, pero no es para tanto.
Hablando de fútbol. Al final de los cursos, en la tarde, los buenos futbolistas se quedaban para jugar algunos matches. Era raro que me escogieran, porque jugando yo era malo. Yo era y soy sheplecón de nacimiento o de naturaleza, pero un camarada de clase era peor que yo, y eso me consolaba. A Juan Pablo Johny Mori le hacían jugar porque venía con su pelota (bien ñurupita), y cuando le hacían amargar…agarraba su balón y ahí terminaba la contienda deportiva. Me acuerdo que Johny venía bien uniformado. Como les dije, le hacían participar gracias a su pelotita, y el puesto designado (y asignado) era el de arquero. Fernando Lavi Paredes le decía : « Eso es tu herencia ». Así que Johny venía bien preparado para impedir que le golearan : camiseta nueva (de preferencia de Universitario de Deportes), truza brillante, medias blancas, zapatillas Tigre…y sin olvidar las rodilleras y las « codilleras ». Aún así recibía una maja de goles. Tanto le criticaban al pobrecito (que ponía un empeño maldito, pero la bendita pelota entraba pues hasta por la huachita) que a un momento dado le daban cólera…consecuencia : agarraba su pelotita, y el partido se acababa. Felizmente se terminaba el match, sino el resultado hubiera sido más abultado, uno hubiera pensado que se trataba de un partido de basketbol.
Ahora último Fernando Lavi me ha enviado este texto : « Te acuerdas de Johny Plimo Moli, tremendo arquero, puro uniforme ». Claro, como olvidar esos lindos momentos. Además le dije a Johny : « Si escribo un artículo de la Escuela de Aplicación, tú serás mencionado…no serás maltratado, es para reírnos un poco ». El objetivo es de compartir esas vivencias de nuestra infancia, como Johny mismo me dijo : « Aquellos años maravillosos ». A decir verdad, con Johny fui alumno también del jardín de infancia, que se encontraba en frente de su casa (tercera cuadra del jirón Ramírez Hurtado), siendo directora la señora Adita Magnolia de Vidaurre.