Por estos días, la política peruana no parece una ciencia social ni una vocación de servicio: parece más bien un reality show de bajo presupuesto. Y lo digo con conocimiento de causa. Hace apenas unos días, recibí tres propuestas que me dejaron en shock, como quien recibe un anillo de compromiso sin haber salido siquiera a tomar un café.
Candidatos, de esos que van de puerta en puerta buscando “caras nuevas” para completar su lista de regidores, me ofrecieron ir como parte de su plancha municipal para la provincia de San Martín.
Confieso que, por un instante, sentí ese vértigo dulce que da el ego cuando lo acarician. Pero me duró poco. Porque la política no es una fantasía de Instagram. No se trata de tomarse la foto con banda ni de sentarse en la silla del concejo para jugar al “yo opino”.
Los rechacé, sin titubear, por algo que a muchos les falta en este país: conciencia de capacidad, o mejor dicho, la capacidad de reconocer tus propias limitaciones.
Soy sincera y consciente: no me siento preparada. Me falta formación en gestión pública, y aunque tengo actitud, compromiso, y una inquebrantable voluntad de trabajar, eso no basta.
La política no debería ser un experimento personal ni un capricho narcisista. Ser regidor no es un puesto decorativo, aunque la mayoría de los que hoy lo ocupan actúan como adornos institucionales: callados, sumisos, ausentes o, peor aún, cómplices.
Estamos entrando en temporada electoral, ese circo que se instala cada cuatro años con nuevas promesas, los mismos trucos y payasos reciclados. Se avecinan las grandes ferias de ofertas políticas: «te pongo en la lista si me consigues votos», «te doy regiduría si me financias la campaña», «vas en la plancha si me haces buena prensa». Y así, como si fueran piezas de panetón con pasas, reparten cargos a quien se deje envolver.
La política peruana, esa gran tragicomedia nacional, se ha convertido en un desfile de oportunistas. Los partidos, o lo que queda de ellos, no buscan vocación, buscan conveniencia. No buscan ideas, buscan billeteras. No buscan líderes, buscan figuras. Y si tiene buena presencia en redes, mejor. Porque hoy el criterio no es la preparación, sino el algoritmo.
Hay quienes aceptan ser regidores sin saber siquiera lo que significa legislar, fiscalizar o representar. Lo hacen por «estatus», por «pantalla», por esa falsa idea de poder que les da un escritorio y un sello. Pero lo que no entienden es que, al aceptar un cargo para el que no están preparados, condenan a su pueblo al retroceso, al estancamiento, a la podredumbre que hoy nos rodea.
¿No les basta mirar lo que tenemos ahora? Autoridades ineptas, regidores mudos o vendidos, alcaldes que bailan mejor de lo que gobiernan. Y mientras tanto, nuestras ciudades agonizan: sin planificación, sin visión, sin rumbo. La corrupción ya no es una sombra: es el escenario principal. Y el público ya no sabe si reír, llorar o prenderle fuego a todo.
Postular a un cargo público debería ser algo sagrado, un acto de responsabilidad mayor, un compromiso con el destino de miles. Pero en el Perú, es una tómbola. Se elige a quien “tiene cara”, a quien “es popular”, a quien puede “devolver el favor”. Como si se tratara de un desfile de modelos y no de un proceso electoral.
Si usted está pensando postular, hágase una sola pregunta, pero háztela en serio, sin maquillaje ni frases hechas: ¿estoy preparado para asumir esta responsabilidad? Si la respuesta es no, tenga la decencia de dar un paso al costado. No juegue al político. No se preste al relleno. No acepte ser parte del circo solo porque le ofrecieron la nariz roja.
Porque cada regidor improvisado, cada alcalde sin rumbo, cada funcionario corrupto, es una piedra más en el camino de nuestro colapso. Y ya estamos hartos de tropezar.
Lo que más me sorprendió y sinceramente me preocupó de las propuestas que recibí, no fue que ellos me considerarán “material elegible”. Fue que ninguno de los tres lo hiciera sin preguntarme si sabía de planificación urbana, presupuestos participativos o normativas municipales. No les interesa. Solo quieren llenar la lista, cumplir con la cuota. Como quien llena un álbum de figuritas.
Y así seguimos: gobernados por figurines, por improvisados, por personajes que creen que una banda cruzada te vuelve sabio de la noche a la mañana. En este país donde la corrupción se disfraza de oportunidad, donde la política se baila y no se piensa, debemos recuperar la seriedad. Volver a creer que servir al pueblo no es un premio, sino un deber.
Así que, candidatos, aspirantes, entusiastas del poder: antes de buscar con quién armar su lista, búsquense un espejo. Y antes de ofrecerle a alguien un cargo, pregúntense si lo hace por convicción o por conveniencia. Porque la política no es un escenario para egos, es un espacio para transformar. Y para transformar, se necesita preparación, ética y coraje. No solo buenas fotos.
Yo seguiré aportando desde donde esté. Y si algún día me lanzo, será porque me preparé, no porque me invitaron. Porque no quiero ser parte del circo. Quiero, algún día, ayudar a desmontarlo.