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lunes, diciembre 2, 2024
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La visita del chullachaqui

El viernes pasado retorné con prisa a mi casa al recibir una llamada pues dos personas estaban esperándome. Eran las cuatro de la tarde y estaba con mis amigos del grupo Los Wiwaneros disfrutando de un café y quesos cuñumbuquinos en Casa de Palos. De mucho tiempo me estaba acompañando una bella amiga en quien había puesto mi puntería.

Las personas que estaban esperándome recién se conocerían esa tarde y los encontré cómodamente sentados en el patio exterior de la casa. Uno de ellos era mi amigo Walter, juanguerrino y próspero ganadero. Pero lo que me sorprendió fue que la otra persona era el alcalde del distrito de Morales. Recordé que casi tres años le he venido persiguiendo para que atienda nuestras demandas y solucione el problema del asfaltado de la calle Rafael Díaz y otras vías aledañas al Coliseo Cerrado de Morales.

Les agradecí la visita y desarrollé una conversación tratando que la discusión trate sobre temas comunes para que ambos se sintieran a gusto. Mientras Walter y el alcalde conversaban sobre la situación política y los problemas del presidente Castillo pasé a la sala a dejar algunos materiales que había comprado. Al retornar a juntarme con los visitantes un tropel de trescientos ciclistas pasó por la calle Rafael Díaz levantando una feroz polvareda que nos envolvió a todos, y se dirigían a recorrer la ciclovía de Tarapoto, un carril urbano que ya era orgullo de Tarapoto y modelo para el mundo. Fue entonces que Walter me preguntó, como haciéndome una reconvención: “Oye, Willian, ¿pueden ustedes vivir felices con esta atroz polvareda?”. Y le miró al alcalde.

Se hizo un breve silencio y fue cuando el alcalde intervino. “Precisamente –dijo–, por este asunto de la polvareda de esta calle he venido a visitarle, estimado ingeniero, pues quiero darle una solución definitiva, pero primeramente debo prometerle que en una semana comenzamos los trabajos de una capa asfáltica como solución preliminar. El proyecto definitivo viene después. Y discúlpeme que nunca le haya contestado sus comunicaciones, pues mis asesores me aconsejaban que no le dé atención a sus demandas. Como usted ve, soy un demócrata convencido y aquí estoy”. Alguien me llamó del interior y acudí a atenderle y cuando retorné al grupo el alcalde se había retirado sin despedirse.

Indudablemente, estaba con la emoción y la alegría por el ofrecimiento directo del dilecto alcalde de Morales. Ya vivía momentos de ensueño. Como político de izquierda, o casi comunista, de repente haría realidad su ofrecimiento. El alcalde por fin iba a tomar una decisión trascendente y solucionar el problema de la polvareda que ya tenía veinte años y la mismísima autoridad acababa de comprobarlo. Sin embargo, Walter hizo una observación y me dijo: “Oye, Willian, cuando el alcalde se retiró pude ver que el tipo cojeaba y su zapato izquierdo era mucho más grande que el derecho y me pareció verle más gordito. Tengo mis sospechas”. Al darme cuenta de lo ocurrido no pude menos que

exclamar que… ¡una vez más el chullachaqui me había cojudeado! ¡Tenía que ser el Shapshico para hacer de las suyas! (Comunicando Bosque y Cultura).

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