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lunes, mayo 5, 2025
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Lo que no se dice, también contagia

En una tierra fértil como San Martín, donde la vida brota entre selvas, ríos y montañas, también germina en silencio una pandemia que muchos prefieren no ver. Es una enfermedad que no hace ruido, pero que grita en los datos. En los últimos años, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) ha dejado de ser una amenaza lejana para convertirse en un visitante frecuente, especialmente entre adolescentes y jóvenes. Lo que se calla entre sábanas y se oculta tras prejuicios, hoy exige visibilidad. Porque lo que no se habla, también enferma y mata.

Hablemos claro: el VIH no es solo un virus, es un espejo. Refleja nuestra ignorancia, nuestro miedo, nuestra falta de educación sexual. Refleja, también, el estigma con el que cargan quienes lo padecen, como si la infección fuera un castigo y no un diagnóstico médico. Y ese espejo está mostrando un rostro cada vez más joven.

En San Martín, los números son contundentes. En 2022, se registraron 1,663 personas en tratamiento activo. En 2023, 1,929. En 2024, 2,354. Y solo en los primeros tres meses de 2025, ya se contabilizan 2,431 casos. Esto significa que, en apenas un trimestre, 80 personas más se sumaron a esta realidad. Un promedio de casi una persona diaria. ¿Cuántas más hacen falta para que dejemos de mirar a un costado?

La situación se agrava si consideramos que el 76 % de los casos corresponde a varones, especialmente entre los 20 y 34 años, y en mujeres, entre los 15 y 39. Es decir, estamos hablando de gente joven, muchas veces económicamente activa, que debería estar construyendo su futuro, no sobreviviendo en secreto a una enfermedad mal comprendida.

¿Dónde estamos fallando? La respuesta no está en los hospitales, sino en las aulas, en los hogares, en las conversaciones que nunca tuvimos. La educación sexual en el Perú sigue siendo una promesa tímida, recortada por miedos morales y tabúes sociales. Se habla de abstinencia, pero no de placer responsable. Se condena el sexo, pero no se enseña a protegerse. Se habla del amor romántico, pero no del consentimiento, del deseo o de la diversidad.

Y así, los adolescentes aprenden de internet, de amigos desinformados, de la práctica sin teoría. El resultado: relaciones sexuales sin protección, múltiples parejas, y una falsa sensación de invulnerabilidad. “A mí no me va a pasar”, dicen muchos. Pero pasa. Y cuando pasa, el silencio duele más que el diagnóstico.

Es cierto que el VIH ya no es una sentencia de muerte. Hoy, con tratamientos como el TARGA o la innovadora opción inyectable de rilpivirina, una persona puede llevar una vida completamente normal. Pero eso solo es posible si se diagnostica a tiempo, si se accede al tratamiento y, sobre todo, si se derriban los muros del estigma. Porque aún hoy, muchas personas prefieren no hacerse la prueba por miedo al qué dirán. Y mientras tanto, el virus se sigue replicando.

Aquí viene una verdad que debería estar en letras grandes en todas las postas médicas del país: “Una persona con VIH que sigue su tratamiento y tiene carga viral indetectable no transmite el virus, ni siquiera al tener relaciones sexuales”. ¿Se entiende el poder de esta información? Es revolucionaria. Derriba mitos, combate el miedo, humaniza la enfermedad. Pero si no lo decimos, si no lo repetimos, si no lo gritamos en voz alta, seguirá habiendo jóvenes que creen que vivir con VIH es vivir condenado.

No podemos seguir permitiendo que el VIH sea un tema de susurros. Hay que ponerlo en la mesa, en las campañas, en los colegios, en las familias. Porque el conocimiento es la mejor vacuna contra el miedo. Y la prevención, la mejor arma contra la expansión.

También hay que hablar de los varones que tienen sexo con varones, una población que aparece con frecuencia entre los casos reportados. No se trata de señalar, sino de proteger. Y para proteger, hay que reconocer. La invisibilización no salva vidas. Al contrario, las pone en riesgo.

Hoy, más que nunca, urge una revolución sexual. No la que muchos temen, sino la que necesitamos: una revolución basada en la información, la empatía y el respeto. Una revolución que entienda que hablar de sexo no promueve el libertinaje, sino la responsabilidad. Que el placer y la salud no son opuestos, sino aliados.

Así que sí, el VIH sigue aquí. No es un fantasma del pasado, es una realidad del presente. Pero también es una oportunidad de educar, de sanar, de mirar sin prejuicios y hablar sin miedo. Porque cuando el sexo se convierte en un tabú, la ignorancia se convierte en epidemia. Y lo que no se dice, también contagia.

¿Estás listo para empezar la conversación?

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