Con el techo cayó la máscara
Por: Martha Meier
La tragedia del Real Plaza de Trujillo dejó seis muertos, más de ochenta heridos y un joven futbolista a quien debió amputársele la pierna. Esa fue la noticia, pero el problema del desplome del techo desnudó la reacción tardía, la frialdad y la reticencia del grupo Intercorp para asumir responsabilidades.
La prioridad debió ser el duelo y la solidaridad con las familias, pero fue una respuesta de limpieza de su imagen corporativa. Ningún directivo conocido o de peso dio la cara con humildad y compasión. Un portavoz tuvo acceso a casi todos los canales de TV y diarios para responder con tecnicismos y medias verdades. La excusa ensayada fue: las lluvias. ¿En serio, las lluvias cíclicas y preanunciadas? ¿Las lluvias en un país ubicado en el cinturón de fuego, cuyas construcciones deben estar preparadas para terremotos, hicieron que el techo se desplome?
La indolencia mostrada por Intercorp y su presidente del directorio, Carlos Rodríguez-Pastor P., y de reconocidos directivos, como el exministro de Economía Fernando Zavala, entre otros, daña profundamente al sistema de libre mercado.
Lo más alarmante ha sido la actitud de buena parte de la prensa. Mientras en cualquier país con instituciones sólidas esto desataría investigaciones de fondo y cuestionamientos éticos, aquí hemos visto titulares indulgentes, coberturas orientadas a proteger a la empresa y hasta justificaciones técnicas; más que periodismo, hubo relaciones públicas. Periodistas hicieron de felpudos, con algunas excepciones. Pocos estuvieron a la altura de los hechos. El silencio del grupo responsable y la complicidad de medios que callan y no hacen un seguimiento para que el caso sea sancionado hace que el sistema entero se debilite.
El comportamiento de Intercorp indigna a todos y alimenta la percepción de que el gran empresariado opera impunemente y que las instituciones están al servicio del dinero y no de la población. Cada vez que un grupo económico mira hacia otro lado ante una tragedia, y cuando los medios se pliegan a su narrativa, se amplía la brecha entre la población y el modelo económico, abonando el terreno a los radicalismos de izquierda, con sus promesas de justicia.
El desprestigio del capitalismo no resulta de sus opositores, sino de malos empresarios. Son ellos quienes erosionan la confianza en el libre mercado, quienes hacen que la gente vea a la empresa privada como un ente abusivo e impune. Y cuando la ciudadanía ya no confía en las reglas del juego, busca otras opciones. El populismo y la izquierda radical no aparecen espontáneamente, son la respuesta a estas crisis de legitimidad.
Proteger el modelo que le ha permitido crecer al Perú y disminuir la pobreza empieza por defenderlo con acciones concretas de parte del empresariado. Los medios que minimizaron la tragedia deberían recordar que la credibilidad es un recurso no renovable. Porque cuando el techo cae y la impunidad es la única respuesta, lo que realmente se desploma es la confianza en todo el sistema.