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lunes, mayo 19, 2025
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Las malas lenguas hablan, las buenas sacan orgasmos….

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Es un lenguaje de deseo, excitante en diversos grados. Va pasando de boca en boca, escondiéndose de la clandestinidad. Algunos se sonrojan, otros simplemente le restan importancia, sin embargo, otros se deleitan de las consecuencias que las malas lenguas puedan ocasionar. A veces nos eleva hacia el más alto clímax y otras nos enfurece hasta gritar maldiciendo a todo el mundo.

Nacen como si fueran seres vivos, se desarrollan y mueren. Incluso pueden reencarnarse con nuevos bríos o hasta con nuevo cuerpo. El chisme es producto de la convivencia social y se aprende con el tiempo, y todos de alguna forma lo hemos practicado.

En esta ocasión deseo tocar un cáncer que se está extendiendo de forma alarmante en nuestra sociedad: La emisión de juicios o el tan popular “chisme”. Hablar de los demás es una práctica común, incluso aunque no tengan argumentos, emiten juicios en contra de las personas sólo por simples sospechas o por comentarios aislados, generados por personas rencorosas y frustradas que se sienten aliviadas hablando mal de los demás.
El chisme es tan antiguo como el mundo y, hasta el filósofo griego Epícteto, se ocupó de él dando un sabio consejo: “Si te vienen a decir que alguno ha hablado mal de ti, no te empeñes en negar lo que ha dicho; responde solamente que no sabe tus otros vicios, y que de conocerlos, hubiera hablado mucho más”.

El chisme provoca placer, asevera Pedro Horvat, médico- psicoanalista, como cuando de niño se espía la sexualidad de los padres, inconscientemente nos enteramos de cosas prohibidas y así aprendemos más sobre el mundo. Y el otro placer de tener acceso a lo que el resto ignora.

La intimidad ajena puede resultar atractiva, su destrucción no es un progreso, sino una peligrosa involución. ¿Por qué nos atrae tanto hablar del otro? Es que el otro, nuestro semejante, nunca está excluido del hablar cotidiano. Y el chisme siempre necesita a un tercero ausente y perjudicado. Si nos pusiéramos meticulosos, podríamos ver que la circulación del chisme comienza con un acuerdo, con una pequeña mascarada que pone en juego la intención de inmovilizar su carrera: “Júrame. Júrame que no va a salir de tu boca”. Que parezca un secreto. Pero hay un segundo pacto, más tácito y subterráneo, que ingresa en la gama de lo no dicho. Esa es la cláusula motriz, la que garantiza la supervivencia del chisme. La que da por sentado que ese receptor particular hará lo necesario para mantenerlo con vida. ¿Cómo? ¡Difundiéndolo!

Antiguamente el honor y la honra eran los bienes más preciados de las personas y su pérdida se consideraba irrecuperable, y cuando alguien ofendía el honor y la honra de un individuo, esta ofensa se lavaba con sangre generalmente en un duelo. En nuestros días, estos conceptos se han quedado en el tiempo y lo que ofrecemos a nuestros jóvenes, es una sociedad en la que todo se puede comprar y vender, donde prima la mediocridad y la falta de valores morales.

Es hijo de la ligereza y del invento. Injurioso o trivial, más falso que verdadero, está inscrito en los avatares de la vida cotidiana. Es cercano al chiste, ya que ambos fenómenos aderezan y dan consistencia al lazo social. Por eso, se cuelan en la fiesta del lenguaje y en los pasillos de esta sociedad casi cibernética.
Y no sólo aceitan las bisagras del funcionamiento social, sino que nos recuerdan que estamos divididos. Que somos de luz y sombra. Que hay pelusa debajo de las alfombras.
Detengámonos a vivir una vida más significativa, buscando la forma de dejar de “interesarnos” en las vidas ajenas y comenzar a preocuparnos más de nuestras propias vidas, es decir, dedicarnos a mejorar y a corregir nuestros defectos, sin joder al resto, sin esa obsesión de vivir como cuervos, queriendo sacar los ojos a como dé lugar. ¡Cuántos males, sufrimientos y rencores serían evitados si habláramos con sinceridad!
En general, en todas las lenguas, el chisme está asociado de alguna manera a la maledicencia. Como si conllevara casi siempre esa porción de veneno, como si fuera un recipientito que transporta una idea teñida de hostilidad, algo que pincha y mata.
No hay nada escondido entre el Cielo y la Tierra”, reza el proverbio. Sobre todo en lo que concierne a las cosas del decir, somos dueños de nuestros silencios, pero esclavos de nuestras palabras.

Líbrame de las malas lenguas, que de las buenas, disfruto bien…

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