En 1958, la corporación Disney produjó la película White Wilderness, como parte de su serie “Aventuras de la Vida Real.” La película contiene una escena que muestra a unos lemmings o leminos cometiendo suicidio colectivo arrojándose desde un acantilado hacia el mar Ártico. De acuerdo con el narrador de Disney, “una especie de compulsión se apodera de cada uno de estos roedores y, guiados por una histeria colectiva, uno a uno marcha hacia su extraño destino.” El documental de Disney es citado por muchos para validar la creencia que los lemmings voluntariamente marchan hacia su muerte. En realidad, Disney armó la escena del suicidio de los lemmings, arrojándolos uno a uno del acantilado. No existe evidencia alguna que sugiera que los lemmings cometan suicidio colectivo en su hábitat natural. Pero no podemos echarle la culpa a la industria cinematográfica por tal engaño, a menos que estemos preparados para aceptar nuestra propia complicidad. El engaño colectivo por parte de los medios de comunicación es posible porque nosotros, las masas, somos fáciles de engañar. Es difícil, pero necesario aceptar nuestra propia colusión.
Cabe entonces recordar dos cosas. Primero, los medios de comunicación son más que diseminadores de información—son también los que establecen el contexto de la información—es decir, son estos quienes deciden cuales temas serán transmitidos y debatidos. Estos medios no solo determinan los hechos a ser presentados, sino que determinan cuales son relevantes para la población. Se entiende que una democracia es un “mercado de ideas,” donde un gran número de personas y organizaciones tienen la oportunidad de diseminar información e ideas que son luego analizadas críticamente por la población. El concepto de la prensa libre está basado en el libre intercambio de ideas y expresiones dentro de una sociedad. Es decir, como postulaban John Milton y J.S. Mill, la búsqueda y el entendimiento de la verdad de los hechos solo es posible a través del libre intercambio de información. Si bien se acepta que la competencia y diversidad de alternativas son requisitos fundamentales para el libre intercambio de ideas, es preciso mencionar que la suposición subyacente es que los consumidores, es decir la población, son capaces de pensamiento crítico y, por ende, de tomar decisiones informadas.
Segundo, la democraciapuede ser definida como el gobierno del pueblo. Una sociedad es democrática cuando cada uno de sus miembros tiene igual capacidad de influenciar las decisiones que gobiernan la vida de la sociedad entera. Los medios de comunicación dentro de una sociedad determinan la opinión pública, opinión que es consumida por la sociedad entera. Es decir, la opinión pública es construida a través del consumo de las opiniones dictadas por los medios de comunicación. Estas decisiones son políticas y tienen que ver con poder—poder político. Por tanto, el control del proceso de creación de la opinión pública ha sido siempre el objetivo de aquellos que desean obtener el poder absoluto sobre una determinada población. Si uno controla la creación de la opinión pública, uno puede controlar la información sobre la cual los ciudadanos basan sus decisiones políticas.
Por tanto, en una sociedad democrática como la tarapotina, donde la corrupción se ha convertido en componente ineludible de cuanto gobierno municipal o regional ha tomado la batuta, es importante que nos mantengamos alertas ante intentos de manipulación de la opinión pública a través del control orwelliano y monopólico de los medios de comunicación. Del mismo modo, debe quedar claro que lo grave del intento de manipulación de los medios de comunicación en Tarapoto no es que alguien lo intente, sino que tal intento asume que los tarapotinos, como los lemmings de la historia de Disney, marcharemos, hipnotizados por la manipulación, directo hacia nuestro suicidio electoral—eligiendo una vez más a candidatos que solo buscan perpetuar el circulo vicioso de la corrupción y la impunidad. Finalmente, existe también una colusión tacita por parte de los mismos Tarapotinos con los actos de corrupción—porque en muchas oportunidades se muestran apáticos o desinteresados ante actos de manipulación política de los medios de comunicación, sin tomar en cuenta que estos actos de corrupción tienen un efecto directo y nocivo sobre su propia ciudad: obras inconclusas, coimas, malversación de fondos, ineficiencia administrativa de la municipalidad, estancamiento del desarrollo de la ciudad, etc.. Debemos, entonces, dejar de ser electoralmente suicidas; es hora de tomar la política más en serio y dejar de elegir personajes de dudosa reputación, pero con suficiente poder económico como para atreverse a mentirnos abiertamente acerca de sus intenciones.
Por Wilter Pérez Barrera
Lic. Ciencias Políticas y Asuntos Internacionales
Lic. Estudios Bíblicos