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lunes, diciembre 9, 2024
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Maquiavelo y los hombres malvados

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Hemos escuchado decir que el poder es un deseo soñado por el hombre y es mas algunos ególatras han manifestado “Sin él nada somos, con él todo es posible y por él soy capaz de todo”. Será este beneficio del poder otorgado a los rufianes una tarjeta para un comportamiento soberbio, mezquino, abusivo, traicionero; es decir todo un sinfín de adjetivos, que no es más que la imagen creada por ellos mismos a lo largo del tiempo.

La hazaña literaria de Maquiavelo desde el año 1513 hasta la fecha no pierde actualidad, han pasado ya 500 años de esa gran obra “El Príncipe”, en esta lectura amable lector al que invito a leerlo, usted podrá notar como es el comportamiento humano cuando la fetidez del poder les invade, los vuelve enfermos, epidémicos, pierden el contacto con la realidad, se vuelven locos y por ello considera a las persona como “malvados”.

Las cuestiones centrales del libro giran todas en torno al poder. Es un perfecto manual de las técnicas de poder y de cómo toda acción política debe ser evaluada en función de su capacidad para obtenerlo y mantenerlo. Consecuentemente entonces es falso que Maquiavelo haya manifestado la clásica retórica de la frase que “no importan los medios sino el fin” como pretenden hacernos creer algunos ingenuos con el fin de justificar sus malsanas acciones y fechorías. De lo que he leído nada de eso es verdad al contrario Maquiavelo pensaba que el príncipe debía actuar con el consenso de la ciudadanía para un buen ejercicio del poder; afirma además que el poder es esencialmente de naturaleza humana, de allí su imperfección y su inconsistencia. Recuerda testarudo el poder no dura toda la vida.

Los más crueles tiranos han muerto de la peor manera. Hitler se suicidó para no responder por el holocausto que provocó. Mussolini fue fusilado y luego colgado por los pies y escupido por la gente en una plaza de Milán. El dominicano Chapita Trujillo ejercía una férrea dictadura cuando lo encontraron podrido en la maleta de su carro. Hubo un dictador boliviano a quien colgaron de un poste de luz del palacio presidencial. Más recientemente, Saddam Hussein fue ahorcado por un tribunal y a Gadafi una turba lo empaló y dio muerte, tras conseguirlo escondido en una alcantarilla.

Siempre ha sido así y desgraciadamente lo seguirá siendo: Dale poder a alguien incapaz o con tendencias psicopáticas y observa su comportamiento; a medida que adquiere más poder el atorrante subestima a los demás, imaginariamente se eleva como un rapaz maloliente a la altura de las nubes y pretende dejar de ser el rastrero y sobón eterno, el poder actúa como un veneno que se extiende por el sistema circulatorio emponzoñando sus acciones. Así se comportan los sujetos de baja autoestima, inseguros, vengativos. Simplemente creen que son superiores y partiendo de esta base tratarán al resto con desprecio.

Por lo dicho estas líneas le dedico a usted señor Magistrado, Alcalde, Gobernador, Congresista, Rector, Director y cuanta persona haya tenido la suerte o los méritos de llegar al poder, en la antigua Roma, cuando un soldado conseguía una gran proeza, desfilaba delante de todo su pueblo, quien le vitoreaba y embellecía su camino con pétalos de flores. Una corona de laurel sobre su cabeza, encumbraba a ese hombre sobre todos los demás. Esa corona le convertía en una especie de Dios, pero esa corona la sujetaba un hombre, que repetía incesantemente al oído del héroe: “Recuerda que sólo eres un hombre”. Y es que la fama y el poder envilecen hasta el corazón más puro.

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