No es extraño que con frecuencia se confunda al mito, la leyenda y el relato folclórico; a veces es muy difícil diferenciarlos. En los relatos míticos suele haber revestimientos de leyenda y en el colorido folklore suele también haber elementos míticos. Los tres son formas tradicionales de narración. El folklore está compuesto por la pervivencia en la cultura popular de narraciones, costumbres, creencias, proverbios, refranes y otras manifestaciones artísticas. Y la leyenda es un relato de hechos pasados fantásticos aunque basados en hechos reales, hasta históricos. A continuación una narración de Ricardo Palma de sus “Tradiciones peruanas”.
LA GRANDEZA DE UN INCA (c )
En 1412 el inca Pachacútec procedió a la conquista del valle de Ica, cuyos habitantes decidieron, antes de recurrir a las armas, aceptar de buen grado el paternal gobierno del sagaz monarca. En una visita que éste hizo pasando por Tate con sus huestes, se quedó prendado de una joven beldad a quien pensó también conquistar fácilmente; pero la hermosa doncella amaba tanto a un mozo de la comarca, que se resistió a los amores y ruegos del poderoso emperador. Muy a su pesar el grande y justiciero Inca tuvo que desistir y, refrenando sus arrebatos –porque también conocía las cosas del corazón— tranquilizó a la preocupadísima joven, quien, aprovechando el entusiasmo del magnánimo rey, le suplicó la gracia de proveer agua para los sembríos de su pueblo.
El Inca, en recuerdo de ese inmenso amor que la doncella de la negra crencha despertó en él y de la gratitud de su pueblo, hizo que 40,000 de sus bravos guerreros abrieran el cauce de lo que se vendría a llamar “La Achirana del Inca”, tal es su origen según la tradición y su nombre significa: “Lo que corre limpiamente hacia lo que es hermoso”.
“DE COMO REPARTIÓ EL DIABLO LOS MALES POR EL MUNDO”.
Ciro Alegría recoge este relato popular en la sierra: – El hombre ya había pecado, pero no había variedad de males. En su alforja los llevaba en paquetes de polvo: miseria, enfermedad, avaricia, odio, opulencia. La gente los compraba para hacerse daño entre ellos. Pero un paquetito de polvo blanco nadie quería: Era el desaliento. Pero el diablo se reía como un loco y decía “Con éste, todos; sin este ni uno”.- Esta es la mía –dijo el maligno – cuando sólo quedaba ese paquetito y echó al viento aquel polvo para que se fuera por todo el mundo, y desde entonces todos los males fueron peores, pues aunque seas afortunado y te agarra el desaliento, de nada te vale el dinero.
Entre los griegos el mito de la Caja de Pandora es de todos conocido: La hermosa mujer, por su malicia y curiosidad, desobedeció la orden de Zeus y abrió la caja que contenía los terribles males que se esparcieron por el mundo; al final, sólo quedó un gracioso pajarito de alas tornasoladas, era la esperanza, lo único que le queda a loa mortales como consuelo a sus males y desventuras.
El pajarillo, la esperanza en el mito griego frente al polvito blanco, el desaliento, identifican las historias. Uno queda guardado y el otro suelto, según las diferencias psicológicas y sociales de cada pueblo, pero apunta a lo mismo como un origen común. El pueblo griego es vital, alegre; apunta a la esperanza; el pueblo de nuestra serranía, es triste, sufrido, cristiano; por ratos cae en la desesperanza, el desaliento,
El misterioso viaje de Taro, el pescador. Rezagos del mito de las puertas dimensionales –que la Física después de Einstein estudia ahora con acuciosidad—relata la historia de Taro y su aldea de pescadores. La rutina de su vida cotidiana de repente se vio interrumpida cuando una bella y misteriosa joven apareció junto a su barca, lo enamoró e hizo que la siguiera a su aldea debajo del agua donde le prodigó gran alegría y felicidad. Al tercer día, sin embargo, el pescador sintió nostalgia por su gente y le pidió dejarle ir con la promesa de volver muy pronto. Ella aceptó, pero con mucha pena.
Al llegar a su aldea, de su casa salió a recibirle un joven muy parecido a él quien dijo llamarse Taro y que ese nombre había sido también el de uno de sus antepasados desaparecido misteriosamente durante la pesca: habían transcurrido trescientos años.