Por Willian Gallegos Arévalo
Fue un amor a primera vista cuando conocí Moyobamba a mediados de los años setenta del siglo pasado. En mi niñez me habían emocionado los relatos de la abuelita Flor Bartra Alvarado. quien solía pasar largas temporadas en la capital del departamento en casa de una de sus hijas. Al retornar a Chazuta relataba su estancia en una ciudad llena de barrancos, que todavía cruzan la ciudad -y que la modernidad pretende destruirlos-. Una ciudad en donde los abogados de saco y corbata, camisas de gabardina inglesa y los guardias civiles eran parte del paisaje citadino. Y esta bella ciudad, macondiana, según Luis Alberto Vásquez Vásquez, junto con Soritor, eran lugar de origen de los guardias civiles de la época. Lo recuerdo bien: cuando un guardia civil llegaba a Chazuta, o era de Moyobamba o de Soritor. Mi señora madre tenía una graciosa anécdota sobre ello, de los tiempos de la primera gran huelga magisterial de 1972.
Consolidé mi amor con Moyobamba, y que sería eterno, cuando en los años noventa, por razones funcionales tenía que coordinar permanentemente con el ingeniero Gonzalo Villavicencio Aguilar, presidente de la Cordesam, primero, y Consejo Transitorio de Administración Regional, después, y nacería mi amistad con Manuel Augusto Laynez Guerrero y Eduardo Pinedo del Águila, que fueron directores del Fondeagro. Mi amistad con Edgardo Vásquez Arbildo, Pedro Guevara Fasabi y Pacífico Quiroz Jara tendría un origen lleno de humor cuando llegaron cierta tarde a Tarapoto con la intención de solicitar un préstamo para formar la Caja Rural de Moyobamba. Haría amistad con Luis Díaz Estela, Gerardo Núñez Briones, Leoncio Rodríguez Díaz, Magnolia Iberico Pérez, Miguel Ocampo Guerra, José Luis Vela Guerra, y muchos otros. Y unos años después, con Manuel Alva Jarama, los Cobos y los Vásquez.
Moyobamba tiene una historia extraordinaria. La batalla de Habana –lo recordaría la estudiante Yadhira Nayeli Olórtegui Cabanillas (16), del colegio Serafín Filomeno—representa un hito fundamental en la independencia del Perú y reclamó que debe levantarse un santuario en el lugar donde se realizó esta gesta histórica pues, el triunfo sobre los realistas, fue el preludio de las victorias de Junín y Ayacucho. Por lo tanto, don Walter Grundel tiene un tremendo desafío de reconocer el significado de esa gesta. Lamentablemente, el gobernador no sabe escuchar. Moyobamba, en los tiempos de la colonia y después, como Comandancia General de Maynas, jugó un rol histórico para afirmar la peruanidad de la amazonia peruana.
No hay ciudad más peruana que Moyobamba, por lo que siempre he pedido que se la reconozca como la “Capital histórica de la Amazonia Peruana”. En Moyobamba tienen su inicio los vuelos aéreos desde Chachapoyas cuando el primer hidroavión acuatizó en las tranquilas aguas del río Mayo, en el puerto Tahuishco a finales de los años veinte y gobernaba Augusto B. Leguía.
Visitar Moyobamba tiene el encanto de encontrarse con la buena gente y con esos buenos amigos decentes y dignos, que he mencionado. Mi experiencia en el Fondeagro me permitió conocer a moyobambinos extraordinarios. Transitar por sus calles planas es recorrer la historia, aunque muchas de sus veredas son trampas mortales. La amistad con un moyobambino es revivir la tradición, la buena conversación y entender la vida. Y por todo ello: ¡un saludo a los moyobambinos! (Comunicando Bosque y Cultura).