Hace mucho tiempo en un lugar cuyo nombre no es preciso recordar, Peter Laurence se topó con una realidad que había estado oculta bajo la alfombra, camuflada entre la cháchara insustancial y presente desde tiempos inmemoriales sin que nadie se atreviera a revelar, a destapar porque causaba estupor.
Pero él lo hizo. Se sumergió en diversas organizaciones, estudió procesos, siguió a personas como un voyeur invisible y en 1969 publicó, por fin, el resultado de una investigación que daba respuestas al conformismo más descarnado.
The Peter Principle (1969) fue un éxito académico y un boom social. Laurence había realizado una disección con prolijidad de cirujano social. Su hallazgo se basó en el estudio de las jerarquías organizacionales y el comportamiento humano. ¿Cuál fue? Pues el develamiento del nivel de incompetencia.
Su postulado, aplaudido y reconfirmado luego por la Gestapo académica estadounidense, afirmaba que las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad, a tal punto que llegan a un puesto en el que no pueden formular ni siquiera los objetivos de un trabajo y, entonces, alcanzan su máximo nivel de incompetencia.
En esa etapa embrionaria de la mediocridad, los empleados desarrollan otras habilidades sociales para aferrarse a su puesto de trabajo, tercerizan labores intelectuales, alquilan ideas o copian modelos para camuflar su nivel de incompetencia y mantenerse a flote.
“En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”, sentenciaba Laurence y no le falta razón, pero no es el único estudio demoledor sobre el tema.
La falta de habilidad y la permanente incapacidad de darnos cuenta de ello; es decir, las dificultades en el reconocimiento de nuestra propia incompetencia conducen indefectiblemente al desastre. El efecto Dunning-Kruger (llamado así en homenaje a sus autores) desnuda que las personas incompetentes suelen no darse cuenta de sus falencias. Muchos pueden vivir en una nube de autoconfianza, convencidos de que todo sale bien, una especie de ignorancia que se parece mucho al conocimiento. Sin embargo, en el fondo son conscientes que ellos mantienen el puesto por la competencia alquilada y el arte de aparentar.
Uno de los grandes problemas es y será, el arte de aferrarse a un puesto, un modus operandi que se vale de mañas para no ver los cambios que acontecen y de todas las pataletas posibles para que su “status quo” no se vulnere. Este cáncer social, provoca que la mejora continua se aletargue, que todo siga igual. Sólo habría que recordar una vieja frase que sigue vigente, vivita y coleando: “Si piensan que el conocimiento es caro, prueben con la ignorancia”.