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sábado, enero 25, 2025
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No es el fin de la fiesta

Los meses de diciembre solemos plantearnos el balance de nuestras vidas. Y reflexionar, también, sobre las tragedias de nuestros pueblos, no en el sentido exacto del término, sino en la miseria moral de quienes elegimos para dirigir el país, que han convertido al Perú es el escenario permanente de la incertidumbre y el desconcierto. Y es aquí donde comienza nuestra tragedia. Por algo, el periodista César Hildebrandt suele recordamos que el nuestro siempre será un país inviable y sin futuro.

En nuestra formación escolar, en los años cincuenta, nos pintaban nuestro país como el escenario maravilloso e incomparable; casi una Arcadia donde reinaban la paz y la felicidad. Esos textos nos hablaban de nuestras regiones pródigas en riquezas, y el vals de Manuel Raigada hacía imaginarnos un país donde reinaba la plenitud y era el espacio pletórico de la armonía perpetua y perfecta. El Perú era el mundo de “la fiesta inolvidable”.

Sin embargo, sesenta años después puedo darme cuenta que nos habían estado engañando. Y nos estaban engañando no por mala fe, sino porque parecíamos vivir en realidades distintas donde todos hacían el esfuerzo de conducirse con decencia, los políticos incluidos, porque teníamos una sociedad que creía y practicaba valores; teníamos maestros que eran y se esforzaban en ser los mejores ciudadanos, existían líderes que cumplían sus roles y los profesionales eran realmente profesionales.

El escenario político del país de ahora no nos da garantías para tener esperanzas de construir una sociedad medianamente aceptable y donde exista tolerancia. Los políticos hoy nos dicen que no quieren el cambio mientras pescan en río revuelto. Y una parte de la culpa es de nosotros mismos porque hemos terminado aceptando que tenemos que vivir nuestras vidas aunque tengamos que destruir las de los otros. Hemos terminado construyendo y creyendo que nuestro país se divide en dos grupos diametralmente opuestos: los exitosos, de un lado y, del otro, los pobres. Estos últimos, donde pululan los envidiosos, ociosos, resentidos y fracasados. ¿Es así?

¿La culpa es de los políticos solamente? ¿Y quién los elige? Es que, como dice un cínico, a quien he citado siempre: “la democracia es el único sistema político que le permite a la gente elegir a sus propios delincuentes”. El caso peruano ¿es el fiel ejemplo de este drama?

Asistimos a un fin de fiesta que nunca será tal, donde, desde el inicio, se han presentado todos los contratiempos. Donde la pista de baile no es el sitio para moverse al compás de un sabroso ritmo, sino el escenario permanente de la confrontación. Porque, hemos construido una sociedad en donde el paradigma supremo es la destrucción del otro. En donde, cuidar las ganancias de los privilegiados es el máximo objetivo; donde los que siembran lo que comemos, casi sin tener esperanzas, que se las arreglen como puedan. Total, la economía es el escenario de las oportunidades y cuando sería valioso acordarnos de la frase de Francis Scott Fitzgerald. (Comunicando, Bosque y Cultura).

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