Atraídos por la alta rentabilidad económica que brinda el poder han aparecido una multiplicidad de partidos políticos nacionales; que sólo lograron conquistar cinco Presidencias regionales, y más de doscientos movimientos regionales, que, gracias a la confianza ciudadana, alcanzaron el 80% de los gobiernos regionales.
¿Qué significa este hecho? Simplemente, dos cosas: vocación por la descentralización política y administrativa plena del país, y, el descrédito histórico de los partidos políticos nacionales, de viejo cuño: sustentos del centralismo y causantes seculares de todos los vicios y males que adolece el país.
En suma, lo dicho nos señala el nuevo derrotero histórico a seguir: descentralización total, y nuevas reglas de juego electorales, con inclusión de los movimientos regionales, como tales, para la participación en la elección congresales y presidenciales, inclusive.
Los hechos nos señalan el camino hacia la instauración de una nueva república; distinto y distante del putrefacto sistema en que hoy se contamina nuestra juventud.
A partir de esta crisis estructural, ética, moral y económica del país, así como de las experiencias en los dos períodos del gobierno regional y del último resultado electoral, es imprescindible una profunda mirada introspectiva, para trazar el nuevo rumbo de Nueva Amazonía y de la región. Necesitamos profundos cambios internos y externos; pero no podemos cambiar si seguimos haciendo la misma cosa.
Para ello tenemos que construir una organización concordante con el tipo de hombre y sociedad que pretendemos construir. Es decir, necesitamos una organización con militancia convencida de su causa y comprometida con las mayorías de los peruanos.
Para eso debemos asumir, necesariamente, como requisito fundamental, el reto de convertirnos en una escuela permanente de capacitación política e ideológica, ante todo, y de conocer el acontecer del mundo global y nuestras potencialidades múltiples. Porque sin ellos no hay compromiso principista; no hay participación propositiva; no hay base o “capital social” capaz de sustentar y garantizar (teórica y práctica) la estabilidad de ningún proyecto ni gestión.
Sólo así podremos construir una nueva ciudadanía, una nueva sociedad. Sólo así la militancia tendrá voz y derecho de hablar de un gobierno real de Nueva Amazonía. Sólo de este modo tendremos la capacidad suficiente para convocar y vertebrar las distintas vertientes políticas regionales en un torrente incontenible, capaz de alcanzar el sueño de un nuevo orden político y social. Ese es y será nuestro gran reto, la utopía de la presente y futuras generaciones.