25.8 C
Tarapoto
viernes, febrero 14, 2025
spot_img

El prólogo de Zarathustra

02

Al cumplir los treinta años Zarathustra abandonó su patria y los lagos de su patria, y se retiró a la montaña. Alli podía gozar de su espíritu y su soledad, y asi vivió durante diez años, sin fatigarse. No obstante, al fin su corazón experimentó un cambio.

Cierta mañana en que se levantó con la aurora naciente, se encaró con el Sol y le dijo:

¡Oh, Tú, Gran Astro, Si te faltasen aquellos a quienes iluminas, ¿qué seria de tu felicidad? Durante diez años, día tras dia, has comparecido ante la boca de mi cueva: de seguro que ya te habrías cansado, tanto de tu luz como de tu girar eterno, a no ser por mi, por mi águila y mi serpiente. Pero nosotros te aguardábamos todas las mañanas, recibíamos de ti lo que te sobraba, y te bendecíamos con agradecimìento.

Pues bien: ya estoy hastiado de mi sabiduria, como lo están las abejas que han acumulado un exceso de miel. Yo necesito manos que se tiendan hacia mi.

Yo desearía otorgar y repartir mercedes, hasta que los sabios entre los hombres volvieran a gozar de su locura, y los pobres a gozar nuevamente de su riqueza.

Para ello debo hundirme en mi ocaso, al igual que lo haces tú cuando cae el día. ¡Oh Astro, pletórico de riqueza! Cuando te ocultas tras los mares llevas la claridad y la luz a los mismísimos infiernos. ¡Bendíceme, pues, Apacible Ojo, ya que puede contemplar sin envidia cualquier dicha, por grande que sea!

Bendice también la copa que intenta desbordarse. ¡Ojalá fluya de ella el agua de oro, esparza por doquier, aroma delicioso y los reflejos de tu alegría!

Mira: esa copa quiere vaciarse, y Zarathustra quiere volver a ser hombre.

Y así comenzó el descenso de Zarathustra.

Zarathustra descendió de la montaña completamente solo, sin topar con nadie en su camino. Pero, a poco de haberse internado en el bosque, se halló de imprevisto con un anciano que acababa de abandonar su santa choza para recoger raíces por el bosque. Y el anciano habló a Zarathustra de este modo:

«No me resultas desconocido, viajero: pasaste por aquí mismo, muchos años ha. Te llamabas Zarathustra, y has cambiado mucho. Entonces subías hacia la montana tus cenizas: ¿es que intentas ahora bajar tu fuego al valle? ¿Acaso no temes las penas que se aplican a los incendiarios?

Sí, con seguridad te conozco, Zarathustra. Tus ojos son puros, y en los rasgos de tu boca no hay expresión de nausea. No parece sino que vienes bailando.

Zarathustra ha cambiado, se ha hecho niño. Zarathustra está muy despierto. ¿Tienes tú, acaso, algo que ver con los que duermen?.

Al igual que en el mar, vivías en la soledad, y el mar te sustentaba.¡Ay, infeliz de ti! ¡Ahora quieres pisar suelo firme! ¡Ay de ti, que quieres camínar por tu propio pie! ¿Intentas quizá arrastrar tu cuerpo de nuevo por ti mismo?

Zarathustra respondió:

Yo amo a los hombres.

Y el santo dijo:

Y ¿para qué bajé yo al bosque y fui en busca del desierto? ¿Acaso no fue porque amaba demasiado a los hombres? Mas ahora amo a Dios: ya no amo a los hombres. El hombre es, a mi ver, una realidad imperfecta. El amor a los hombres me mataría.

Zarathustra replicó:

«Yo no hablo meramente de amor. Yo traigo a los hombres un presente.

«No les traigas nada -dijo el santo-, antes bien, quítales algo; y ayúdales, si en algo puedes, mientras a ti te convenga: nada les irá mejor.Y si algo quieres dar, no les des más que alguna limosna; y espera a que te la pidan.»

«No -contestó Zarathustra-, yo no doy limosnas. No soy lo bastante pobre como para dar limosnas.»

El santo sonrió al oír aquellas palabras, y prosiguió: Veremos si es que aceptan tus regalos. Pues desconfían mucho de los anacoretas o de los solitarios, y nunca creen a quienes les llevamos presentes. Nuestras pisadas les suenan a excesivamente solitarias en plena calle. Y cuando por la noche están acostados y oyen los pasos de algún hombre mucho antes de que el sol haya salido, suelen preguntarse: ¿A dónde vá ese ladrón?

¡No vayas a hundirte entre los hombres! ¡Quedate en el bosque¡ Antes que con ellos, ¡vete con las bestias ¿Por qué no ser lo que soy yo, un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?

·Y ¿que hace el santo en el bosque?, preguntó Zarathustra.

A lo que el santo contestó: Compongo canciones y las canto. Mientras hago esas canciones, rio, lloro y murmuro; y asi es como alabo al Señor. Entre cantos y lágrimas, risas y murmullos, alabo al Señor mi Dios. Pero, veamos, ¿qué presente es ese que nos traes?

Al oir Zarathustra esas palabras, se inclinó ante el anciano, y dijo: ¿Qué es lo que yo podría daros? ¡Será mejor que me dejéis partir cuanto antes no vaya a quitaros algo!

Y asi se separaron uno de otro, el anciano y el hombre, riéndose como dos chiquillos.

Cuando Zarathustra estuvo solo, vino a decirle a su corazón: ¿Será posible? Ese santo varón, metído ahi en su bosque, ¡no ha oído aún que Dios ha muerto!

Artículos relacionados

Mantente conectado

34,607FansMe gusta
408SeguidoresSeguir
1,851SeguidoresSeguir

ÚLTIMOS ARTÍCULOS