Por Willian Gallegos Arévalo
La frase no es por la afrenta que nos hace Dina Boluarte al designar al exministro José Santivañez Ayulo para dirigir una alta instancia del gobierno después de su censura por el Congreso de la República, como diciéndonos que la opinión de la ciudadanía le importa un carajo y que puede decir y hacer lo que le venga en gana. Este episodio es un asunto de los psicoanalistas. Yo, personalmente, me siento afrentado. ¡Jamás vi a ningún gobernante que se zurre en nosotros y nos falte el respeto! ¿Qué opinan mis tres congresistas? Es hora de gritar: ¡Qué pasa en Lima, c…!
El tema va por lo que ocurría en Chazuta en la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado cuando don Tulio Ayachi del Águila (Shapaja) contestaba el teléfono apenas vibraba y desde Shapaja entraba la conexión que le hacía Yolanda Moncada Sandoval, la telefonista, esposa de don Salomón Tirado Banquirot. El estilo muy personal de don Tulio era iniciar la comunicación con esas expresiones que parecían un improperio, pero que era parte de su carácter que, desde que llegó al pueblo para reemplazar a mi futura tía Laura Garazatúa Bartra, como telefonista del pueblo, impuso su buen humor, su bonhomía y su chispa que le hizo muy querido por todos. Mi señora madre y yo, éramos testigos de esas respuestas porque recurríamos al teléfono para comunicarnos con Tarapoto y donde Olinda Pérez Ramírez y Alfonso Ramírez Macedo (Tarapoto, 28.07.1942), eran los enlaces como personas de confianza de la familia.
[Nota: para escribir sobre la historia de la radiotelegrafía del departamento de San Martín, he recurrido a don Alfonso Ramírez Macedo, y lo publicaremos próximamente, como parte de las Historias de Tarapoto].
“¡Qué pasa en Lima, carajo!”, se convertiría en el pueblo en una frase proverbial pues ante cualquier pregunta o requerimiento de información la respuesta era esa y era común cuando, por ejemplo, si a alguien le llamaban, su primera reacción era esa frase, que no tenía nada de irrespeto e irreverencia. Pero, en el fondo, la expresión no es gratuita, porque, si analizamos el contexto general de esa época, podemos advertir que nuestros pensamientos, nuestras visiones y nuestras expectativas era la ciudad de Lima, el eje de todo el aparato burocrático; y, en nuestra imaginación de niños de esa época, el centro del universo. Solo de Lima podía venir lo mejor que pudiera sucedernos y era parte de nuestra recóndita aspiración: “Alguna vez conoceré Lima”.
¿Quién en su niñez de entonces no dejó de creer y pensar que en Lima se hacían posible todas las cosas mágicas? Para nosotros era una Arcadia lejana y casi inaccesible adonde solo podían ir los premiados de los dioses. Lima era una especie de tierra de la redención donde solo los mejores se daban cita. Pero han pasado los años y podemos darnos cuenta, ya casi sin esperanzas, que esa “potencia mundial” -expresión del idiotismo supremo y la fatuidad política de ahora– donde se enseñorea el caos, la miseria y la amoralidad, nos obliga a preguntarnos y preguntarles a los políticos: ¡Qué pasa en Lima, carajos! (Comunicando Bosque y Cultura).