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viernes, diciembre 6, 2024
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Recuerdos de una hazaña peruana

Dos días antes de aquel recordado partido, el 31 de mayo de 1970, nuestro país había sido víctima de un terrible terremoto que había hecho desaparecer por completo a la ciudad de Yungay, en el Callejón de Huaylas, y había causado miles de muertos. Ese era el motivo por el que nuestros once jugadores que ingresaban al terreno de juego del estadio de León en Guanajato para jugar contra Bulgaria, lucían un crespón negro sobre sus camisetas rojas. Un minuto de silencio antes de empezar el partido, pedido por el árbitro italiano Antonio Sbardella, les hizo recordar a nuestro once la dureza de aquel fatal golpe de la naturaleza. Rubiños, Campos, De la Torre, Chumpitaz, Fuentes, Challe, Miflin, Baylón, León, Cubillas y Gallardo formaban aquel equipo peruano que se vio con el marcador en contra, apenas a los doce minutos de juego, tras una jugada que culminó Dermendjiev, sorprendiendo a la distraída defensa peruana.  

El marcador no volvió a moverse más en la primera mitad, etapa donde se impuso el mayor estado físico de los europeos sobre la habilidad de los nuestros. En el descanso, en los vestuarios, se dice que el dirigente peruano Javier Aramburú Menchaca, con el fin de elevar el alicaído ánimo de los nuestros debido a la tragedia, agarró tierra de una maceta que estaba fuera del camarín y les dijo a los jugadores: “¡Muchachos, miren, ésta es tierra del Perú, bésenla!”, y nuestro equipo dirigido por el brasileño Waldir Pereira Didí entró a la cancha transformado y con ganas de obtener el triunfo. Sin embargo, un segundo gol de los búlgaros, tras una garrafal falla del arquero Rubiños, a quién se le escurrió de las manos un débil tiro libre de Bonev, les cayó a los nuestros como un balde de agua fría. Aquel gol parecía que terminaría definitivamente por derrumbar a nuestro equipo y todo parecía estar acabado. Pero ocurrió lo impensado.  

Un minuto después Alberto Gallardo saca un potente remate desde un ángulo imposible para poner el descuento, lo que acicatea a los nuestros. Se juntan entonces los que más saben con el balón: Challe, Mifflin, Cubillas, Perico León y Sotil, y con toques, amagues y paredes hacen destrozos en el campo búlgaro y despliegan su buen fútbol, el que causaría la admiración del mundo. Un tiro libre cerca al área europea, a los once minutos, tras foul a Sotil culmina con un fuerte remate de Chumpitaz, que cayéndose logra vencer la resistencia del arquero rival para decretar el ansiado empate. Y a los 28 minutos, tras una gran combinación peruana, llega lo inesperado. Cubillas elude a tres jugadores y saca un remate que vence a Simenov y logra la hazaña que parecía imposible y le da al golpeado pueblo peruano una de sus mayores alegrías de su historia futbolística. Una que, a pesar de los años, nunca dejará de ser recordada. 

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