Chazuta siempre será nuestro lugar de convergencia y encuentros. Encontrarnos en este pueblo, bello en todos sus extremos, no solo por sus paisajes y el privilegio que le dio la Naturaleza, sino por su gente, por la enjundia especial de ellos que no pierden ese carácter y afecto raigal y cuyo amor al terruño los hace volver, incluso dentro del horizonte de una futura despedida. Y, en estos días, cobra mayor relevancia pues se anuncian la publicación de dos soberbios libros sobre su historia y sus vivencias. Son los afectos de un pueblo en el que la integración se dio siempre y donde todos compartieron sus momentos de gloria y esos momentos difíciles que también llegaban y donde el chazutino, formado dentro del espíritu de universalidad, supo salir adelante.
El sábado pasado estuvimos en Chazuta con mi hermano Humberto Segundo y mi Sergio Maximiliano. Estar en Chazuta, como lo sabemos, es estar en otro universo de este país maravilloso, pero también trágico, donde los miserables de la política hacen lo posible por destruirlo. Estar en Chazuta es reencontrarnos con la magia y el encanto sin igual. Encontrarnos con nuestros antiguos amigos y la familia y escuchar a la gente mayor decir frases como: “Doña Adelita fue mi maestra”, o “El maestro Humberto Gallegos me enseñó en la escuela”, emocionan hasta las lágrimas. Y estas escenas se producen mientras el sol calcina el pavimento de la calle Elías Bartra Mera, reciente construida, y pasan por ahí la gente de antaño que nos hacen pensar en la eternidad de la vida. Mientras conversamos con los “antiguos” no podemos olvidarnos que Chazuta, hasta hace poco, era la tierra de los brujos, cuyos nombres ya publicamos. Y ahora, solo el Aquilino Chujandama se les parece un poco con sus brebajes de ayahuasca, callampa y jergónsacha.
Pero el sábado pasado fue un día especial. Fue encontrarnos con mi tía Rosario Arévalo Tenazoa de Bartra, hermana de mi señora madre. Encontrarnos también con mis primos Teddy, Jenny, Rossana, Evilú, Silvia, Libertad, y sus parejas Manuel Araujo Marín, Neder Hidalgo Sánchez, Oscar Flores Yábar, Luis Melgarejo Huamán y Wilfredo Pozo Tovar, respectivamente, fue el acontecimiento cumbre que nos hizo viajar en el tiempo y rememorar esos años también vividos intensamente hace casi medio siglo. Después se incorporarían al grupo, Isabel Arévalo Cenepo y Silvia Varela del Águila. Y entonces vinieron a la memoria esos momentos vitales en los fundos de antaño, donde la vida transcurría idílico y feliz y pareciera que el río Huallaga se llevaba algo de todos nosotros.
En Chazuta todos somos una sola y misma familia. Es parte de la cultura de un pueblo que vivió sus propios mitos, sus propias creencias, sus propios dramas pero que, a pesar de algunas diferencias, todos sabemos que somos una sola estirpe, un solo corazón, un solo y único universo, protegidos por los bosques de la Codillera Azul y el Cerro Escalera, casi como dioses tutelares y patrimoniales de un pueblo mágico. Y el cerro del Curiyacu nos mira de reojo, celoso de nuestra felicidad. (Comunicando Bosque y Cultura).