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viernes, julio 4, 2025
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La rosa que volvió a florecer

Rosa es una niña que salió de casa y se enrumbó en un viaje con el único objetivo de cumplir sus sueños. Se subió a un autobús y entre lágrimas se despidió de su familia.

Rosa empezó a vivir lejos de casa, estaba emocionada, llena de esperanza y proyecciones, preguntándose en silencio: ¿Valdrá la pena dejar todo por un sueño? ¿Me acostumbraré a esta nueva vida lejos de los míos?

En su mundo de lienzo y de colores, empezó a trazar su cielo. Se abrieron puertas y su arte se volvió parte de ella, comenzó a estudiar pintura en Bellas Artes y cada día le ponía ganas para avanzar con sus metas.

Con 16 años, aún conservaba el espíritu de niña juguetona, se colgaba de la cintura de sus docentes, se subía a los árboles, bromeaba con sus amigos y contagiaba desbordante alegría. Tenía esa inocencia y ese ángel que parecía que nunca se iban a extinguir.

Así, pasaron los primeros años de estudio en aquella ciudad, lejos de su familia. De pronto como en todo hermoso paraje, siempre hay un monstruo que llega para destruir y así fue que un jovencito empezó a enamorarla y ella ilusionada, cayó rendida. En cuestión de meses el mundo de colores se convirtió en tinieblas.

Rosa ya no tenía esa alegría que la caracterizaba. El pincel y los lienzos fueron arrebatados de sus manos. En su inocencia pensó que ese jovencito sería quién llenaría su vida de amor. Estaba tan adormecida, ciega, sorda y muda, que empezó a aceptar insultos camuflados en bromas. ¡Eres solo mía! ¡Cállate! ¡Tenías que ser de la selva! ¡Bestia!. Expresiones que poco a poco iban menguando lo más valioso: Su dignidad. A pesar de que las palabras salidas de la boca del muchacho que amaba eran dolorosas, ella seguía pensando que él la amaba.

No parecía importarle nada, estaba embelesada como un colibrí en una hermosa, fragante y dulce orquídea, se sentía falsamente completa, ya no de colores, ya no de acuarelas, ya no de lienzos ni de paisajes, ahora su mundo era totalmente oscuro y ella no se daba cuenta.

Estaba terriblemente enamorada de un opresor, que en lugar de abrazos la iba atando, arrastrándola a sus tinieblas, a su infierno, a sus demonios… ¡Sí, ella estaba presa de amor! De aquel amor que te encadena. De aquel amor que te resta el brillo de tus ojos. De aquel amor que te apaga tu luz. De aquel amor que crees es el verdadero.

Rosa se alejó de su familia, de sus amigos, vivía sola en una isla, presa de sus propios miedos, de sus propios fantasmas. Actuaba como una triste marioneta, esclava de las fantasías más absurdas de un pirata. Sí, de un monstruo que se adueñó de sus sueños. Un ladrón de mares que la sumergió en una tormenta perfecta, donde naufragaba lentamente, ahogándose.

Fue maltratada una y mil veces, los gritos pasaron a ser amenazas y las amenazas se convirtieron en golpes. Estaba secuestrada por alguien que solo quería atarla contra su voluntad. Con el tiempo empezó a entender que no era amor y perdida entre el oleaje de una negra noche tormentosa, despertó, huyó y volvió a sentir la brisa del viento y el cálido sol.

La niña, ahora mujer, volvió a casa en otro autobús, desmoronada, lastimada, decepcionada. Ya no era la misma, estaba vacía y llena de rencor contra quien violentó sus sentimientos. No pasaba día en el que se preguntará ¿Por qué a mí?

La pesadilla para Rosa se acabó. Ahora una pequeña luz brilla en su interior, después de largos meses volvió a tener valor, a confiar, a sonreír y a vivir.

Rosa no se convirtió en una cifra más de feminicidio, ella pudo escapar de su opresor y a pesar de que la justicia no pudo hacer nada por el maltrato que sufrió, la rosa volvió a florecer.

Casos como el de Rosa nos hacen aterrizar y comprender que nos falta mucho, porque como sociedad seguimos tolerando la violencia, seguimos guardando la basura debajo de la alfombra, como sociedad avalamos al opresor y juzgamos a la víctima.

El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y nos toca hacer mucho. Queremos más mujeres vivas, más rosas que florezcan. No queremos que sucedan más casos como el de Eyvi Ágreda, Juanita Mendoza, Estefany Torres o Julia Reyner, quienes murieron por culpa de un maldito asesino.

 

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