La sociedad está cargada de protuberancias de informalidades, como si fuera la áspera piel de un batracio recién egresado del lodo. Por donde el hombre camina, encuentra a montones y tiene que estar con los ojos bien abiertos para evitar alguna desdichada colisión. En realidad, la sociedad está saciada de la informalidad. La percepción general conduce a navegar con la imaginación que la actual vida humana ha tocado los límites máximos de la desorganización social. Es tanta la informalidad, que las mejores legislaciones del mundo, elaboradas por eximios legisladores, simplemente no funcionan, quizá porque son hermosos documentos nutridos de abundantes argumentos jurídicos; pero al parecer, como si el objetivo de aplicación de éstas normas, no es el ser humano actual, o son documentos orientados a las poblaciones de generaciones pasadas o a las futuras. Tal vez, la humanidad está viviendo la era de la invasión de la irracionalidad.
La vereda en el mercado sirve para el desplazamiento de nutrida población, de pronto llega un motocar, de marca hecha con palitos verticales y cruzados, irrumpiendo el natural ambiente urbano, con un aterrador sonido que bordea los 120 decibeles, que induce a los presente taparse los oídos con las palmas de las manos. Se estaciona en todo el ancho de la vereda, de posición cruzada. El conductor, de aspecto oriundo, exento de camisa, con el cabello lacio despeinado, se tira sobre el asiento oara pasajeros, coloca los miembros inferiores sobre el espaldar, con exposición de los maltratados pies al público y a la radiación solar del medio día tropical, y dispone su supuesta siesta. El abarrotado público del mercado, que está en movimiento, con muecas de desagrado y atisbos de enojo, ladea el aparato intruso, espantando con las manos el mal olor que emanan esos pies maltrechos. No solamente el mercado es el centro de operaciones de éstos vehículos, también son las esquinas de las calles, donde por lo general se estacionan, en la misma esquina, interrumpiendo el desplazamiento peatonal y la visibilidad de los conductores que atraviesan la calle. En las carreteras y las calles, estos vehículos van a toda velocidad, a veces con cuatro o cinco pasajeros, a veces también conducidos por niños, ocupando el centro de la pista, como si estuvieran en competencia y como si fueran los auténticos propietarios exclusivos de la vía.
Las instituciones públicas, lanzan convocatorias laborales por internet, con una lista muy larga de requisitos, para que el currículo y la entrevista personal se realicen en la capital de la república. Nadie sabe del proceso. Al final sale la lista de ganadores. Se supone, ganaron los mejores. Esta modalidad ya se realiza por varios años. Si la administración pública está siendo manejada por los supuestos mejores, ¿cómo se explica entonces que la administración pública está cada vez peor, cargada de corrupción? ¿Podrá aplicarse la lógica, que si así están los mejores, los ex postulantes que perdieron serán peores?
Se supone que quien asume la responsabilidad de autoridad, en toda institución, comunidad o estado, en todos los niveles, es la persona idónea, mejor formada para ocupar el cargo, es quien debe velar por el cumplimiento del marco normativo legal y propender el desarrollo integral del conjunto de integrantes de su jurisdicción. ¿Cómo se explica entonces, que presidentes de la república, presidentes regionales, alcaldes, en contubernio con sus mujeres, ministros y funcionarios de menor rango, estén dedicados casi con exclusividad, a la corrupción plena, con fines de amasar grandes cantidades de dinero familiar? ¿El pueblo, la perorata, los pobres, los oriundos, la pobreza, los desposeídos, donde quedan?
La imagen del comportamiento del ser humano actual es clara. Es un comportamiento que nada en el río del dinero. La concepción de la vida humana feliz ha sido circunscrita solo al dinero, algo así como el equipo celular. Si no hay celular, un joven no es joven, se siente inútil. La persona sin dinero en abundancia no se siente feliz, está condenada a renunciar a la felicidad. ¿Las personas que han logrado reunir bastante dinero, con el narcotráfico, con el robo, asalto, crimen, corrupción, son verdaderamente felices? Como el objeto fundamental del quehacer humano está orientado al dinero, ya poco o casi nada importa la vida del otro ser humano. Quizá por esa razón, el comportamiento del motocarrista, del funcionario público, del legislador, del ejecutivo, del presidente de la república, es parco, frío, carente de gracia humana, de misericordia, con una visión cerrada, de embudo, dirigido solo al dinero. Queda ardua tarea: humanizar la humanidad, como parte de la naturaleza, del medio ambiente natural, con auténtica vida en comunidad, cargada de armonía y mucho amor. Abramos nuestro corazón y nuestra casa a Dios, para que hagamos su santa voluntad y aprendamos a vivir como auténticos humanos civilizados.