El agua dulce que nace en San Martín no reconoce fronteras. Su cuidado, como advierte la propia realidad, es una responsabilidad común.
Trabajar en la mejor utilización del agua no es una opción: es una urgencia planetaria. El agua es un recurso finito y vital para la vida, la salud, la economía y los ecosistemas. Su gestión eficiente asegura el abastecimiento presente y futuro, previene la escasez, combate enfermedades, protege la biodiversidad y mitiga los efectos del cambio climático. Incluso en el ámbito empresarial, una adecuada gestión hídrica mejora la reputación y la rentabilidad a largo plazo. Allí donde el agua se cuida, la vida prospera; donde se degrada, el futuro se vuelve incierto.
En ese escenario global, las cabeceras de cuenca de la región San Martín adquieren una relevancia estratégica para la Amazonía peruana y para el mundo. Desde estos territorios nacen y se regulan los flujos de agua que alimentan la baja Amazonía, garantizando el suministro para los ecosistemas, la agricultura y las poblaciones humanas. Su rol es silencioso pero decisivo: mantener el ciclo hídrico amazónico y contribuir a la estabilidad climática regional y global, hoy amenazada por la presión extractiva y la pérdida acelerada de bosques.
Conscientes de esa responsabilidad histórica, diversos sectores de la región se han movilizado bajo una consigna clara y potente: consolidar a San Martín como “Cabecera de la Cuenca Amazónica”. No se trata solo de un lema, sino de una visión de desarrollo que pone en el centro la defensa del agua y de los ecosistemas que la producen.
Las cifras explican por qué. San Martín alberga 126 ríos, 747 quebradas, 2 lagos y 56 lagunas, todos integrados en la cuenca del río Huallaga, un sistema hídrico que se extiende sobre más de 90,000 km². De la salud de estos ecosistemas depende directamente la vida de los habitantes de 2,910 caseríos y 78 distritos, incluidos los pueblos originarios Awajún, Kichwa y Shawi, guardianes ancestrales del bosque y del agua.

Este territorio, además, es un refugio de biodiversidad: alberga 172 especies de aves y 65 especies de mamíferos, indicadores de un ecosistema aún vivo, pero cada vez más frágil. Las amenazas son claras y persistentes. La deforestación, principal causa de la tala indiscriminada, compromete el ciclo hídrico, fragmenta los hábitats y acelera la pérdida de biodiversidad. La minería metálica ilegal e informal contamina las fuentes de agua con metales pesados y degrada los suelos, dejando pasivos ambientales difíciles de revertir.
A ello se suman las concesiones mineras, que superan las 200 mil hectáreas otorgadas por el ministerio de energía y minas, muchas veces sin consulta ni articulación con la realidad social, ambiental y cultural del territorio.
La deforestación no solo elimina los llamados “pulmones del planeta”. Desata una cadena de impactos que intensifica la contaminación, agrava el cambio climático y acelera la degradación ambiental a escala global. La Amazonía, como cualquier bosque del mundo, cumple funciones vitales: casi un tercio de la superficie terrestre es bosque; cerca de la mitad de las especies del planeta habitan en ellos; las masas forestales alimentan el 75% de las fuentes de agua dulce y más de 1,000 millones de personas viven en estos ecosistemas.
Su rol como sumideros de carbono es clave. Los bosques capturan CO₂, el principal gas responsable del calentamiento global, y lo fijan en su biomasa. Además, regulan los ciclos del agua, del carbono y del nitrógeno, sosteniendo el delicado equilibrio climático del que depende la humanidad.
Frente a este panorama, San Martín enfrenta un desafío impostergable: trabajar de manera sostenida en la construcción de un espacio de debate y concertación que permita definir una estrategia de desarrollo unificada y verdaderamente sostenible. Defender las fuentes de agua, conservar los bosques y promover un modelo económico que garantice la vida plena de sus habitantes no es solo una tarea regional. Es un compromiso con la Amazonía, con el Perú y con el futuro del planeta.



