En un encuentro histórico celebrado del 01 al 03 de octubre del 2025 en Iquitos, Perú, la Cumbre Amazónica del Agua reunió a cerca de 400 delegados y delegadas de 10 países y 14 regiones del Perú para alzar un «fuerte grito de indignación» por la crisis hídrica y ambiental en la Amazonía, la mayor fuente de agua dulce del planeta. Bajo el lema «SOMOS AGUA, SOMOS VIDA, SOMOS ESPERANZA» , los participantes emitieron una Declaración por el derecho al agua que condena prácticas destructivas y exhorta a gobiernos y actores sociales a una acción decisiva.
La Cumbre, que congregó a pueblos indígenas y comunidades originarias, comunidades campesinas y quilombos, organizaciones sociales, obispos y equipos pastorales, e instituciones de sociedad civil, reconoció el dolor por las «irreparables consecuencias» de la minería, la explotación del petróleo, la deforestación y el desmedido incremento de la basura. A pesar de vivir en la fuente de agua dulce más grande del mundo, muchos pueblos no cuentan con acceso al agua potable segura y saludable.
La declaración no escatimó en denunciar los «hechos de muerte» que asolan los territorios:
- Minería formal e ilegal, explotación y derrames de petróleo, narcotráfico, extractivismo, depredación, vertimiento de excretas y deforestación.
- El incremento de falsas soluciones como bonos de carbono, hidrógeno verde, y transiciones energéticas que, junto con la depredación y mercantilización de los bosques, son impulsados por grupos de poder que favorecen intereses particulares.
- La indiferencia e insensibilidad de los gobiernos al promover y legitimar políticas que destruyen y aniquilan tierras, pueblos y culturas, incluyendo las economías ilegales vinculadas con el crimen organizado.
- El asesinato de defensoras y defensores del agua por intereses de poder que buscan convertir el agua en mercancía y lucro.
Los delegados subrayaron que estos atropellos afectan de forma «desproporcionada y desigualmente» a las mujeres, los pueblos indígenas y originarios, las comunidades campesinas y los quilombos, y privan injustamente a los niños y niñas de su derecho a un futuro digno.
A pesar del panorama desolador, la Cumbre encontró esperanza en la resistencia milenaria de los pueblos indígenas, en las incansables luchas de defensores y defensoras del agua y los bosques, y en la presencia y voz de las juventudes. Un punto central de esperanza es el reconocimiento de que el Agua es un ser vivo y el derecho de los ríos, quebradas y lagos a fluir libres de contaminación. Las cosmovisiones indígenas y las espiritualidades cristianas coinciden en considerar al agua como sagrada, sanadora y digna de protección.
En sus Exhortaciones, la Cumbre llamó a: Fortalecer una articulación entre los pueblos andinos y amazónicos, y los de otras regiones como las costas, Mesoamérica y las llanuras sudamericanas, para defender el agua y los territorios.
Instar a las autoridades a tomar decisiones políticas eficaces para una gestión justa del agua e implementar sentencias nacionales e internacionales que protegen ecosistemas.
Generar una amplia alianza de diversos actores eclesiales y sociales.
Promover y respetar la sabiduría del buen vivir desde los pueblos originarios como alternativa a la cultura consumista.
Finalmente, los participantes asumieron el Compromiso de: Hacer de las comunidades de fe espacios motivadores para la defensa del agua. Fomentar modos de vida alternativos que reduzcan el consumo de agua, optando por la sobriedad feliz y fortalecer las espiritualidades ancestrales de los pueblos. «Seguiremos defendiendo nuestra agua, nuestra selva, porque somos capaces de dar nuestra vida, por la vida de las próximas generaciones».