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martes, diciembre 10, 2024
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El soñó que vivía

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En qué momento nos hemos convertido en caníbales, ansiosos de querer más sangre. Desde cuándo las escenas criminalísticas, que en las películas adoptan el mejor papel despiadado, han invadido las calles y nuestra propia casa. En qué instante de la existencia, la piedad y el amor, han quedado exiliados, derrumbando familias y países enteros.

La imagen de un niño a las orillas del mar ha escandalizado y horrorizado a muchos, quienes indiferentes a los problemas, han clamado que todo el sufrimiento se detenga, sin embargo, vivimos como espectadores de lo que pasa alrededor del mundo, cuando por encima de nuestras narices, una población vive su propio calvario.

Cada día lo tengo más claro, cuando hablamos de las barreras que las personas más vulnerables encuentran, no podemos hablar sólo de números, por encima de esos números, están las personas y sus historias, sus logros y aquello que no podemos contar, que no sabemos cómo será, su nuevo futuro.

Una mañana con sol incandescente, conocí a Johan, tenía apenas catorce años, abdomen abultado y rostro pálido. Su apariencia era amarillenta y la delgadez de su cuerpo no le permitía movilizarse. Como era notorio, su hígado ya no funcionaba bien, necesitaba ser reemplazado por otro que estuviera en óptimas condiciones. Su salud, su vida y sus sueños estaban adormecidos, el miedo a no seguir viviendo, atormentaba a su familia. Él confiaba en los milagros, pero no sabía que estaba por enfrentarse a un sistema que no podía, ni quería cambiar.

La luz se apagaba y el túnel ya iba quedando en tinieblas, pero esa sonrisa contagiante llenaba de esperanza a quienes podíamos tenerlo cerca. Siempre supe que esa terquedad por aferrarse a la vida, no era más que el inicio de todo un camino que aún le toca recorrer.

El amor de madre es tan grande y lo vi encarnizado en la mamá de Johan, quien sin mezquindad donaría parte de su hígado para que él pudiera seguir viviendo. El intento fue en vano, ya no se necesitaba una parte, sino la totalidad del hígado. En la sala de un hospital se escuchaban gritos desgarradores, impotentes de una madre, y en el fondo una vocecita decía “tranquila mamá, todo va salir bien, yo sé que encontraremos un donante, no llores, ni pierdas la fe”, esa vocecita, era de Johan.

Sus vidas comenzaban a llenarse de esperanza, pero los pasadizos de terror que nadie quisiera vivir, invadieron su calma. Mientras madre e hijo luchaban y oraban por encontrar un donador, personas escondidas tras una línea telefónica lucraban con los sueños de una familia. El tráfico de órganos se ha convertido en una práctica común, “desembolsa dos mil y en 24 horas te conseguimos el hígado, ya lo hicimos antes, en las calles hay tantos niños abandonados, nadie los extrañará, tu hijo puede morirse, dos mil no es nada”, frases como ésas, se han vuelto parte de la historia de las familias que no se detienen en su lucha por seguir viviendo. Mientras escuchaba ésta confesión, tenía escalofríos, y me preguntaba ¿En qué nos hemos convertido?, somos salvajes, traficantes de vida, asesinos de sueños, criminales desalmados. Una sociedad sin conciencia, sin valores, sin sentimientos.

En 1963 Thomas Starzl realizó el primer trasplante de hígado entre humanos a un niño de tres años con afecto de atresia biliar, que se encontraba en un estado fisiológico desastroso, le trasplantó el hígado de otro niño fallecido de un tumor cerebral. Cinco horas de supervivencia y luego murió.

“Murió un niño, puede ser un donante”, la madre de Johan, nunca pensó que la muerte de una persona, le pudiera causar alegría y esperanza. Un niño de doce años había fallecido en un accidente automovilístico, sus condiciones eran favorables, sus órganos estaban intactos, la madre del menor se consolaba sabiendo que su hijo podría vivir a través de otro.

El trasplante estaba a punto de iniciar, Johan tenía otro semblante, por lo que había estado luchando tanto tiempo, estaba a punto de cumplirse. La operación fue todo un éxito, su recuperación tuvo altibajos, los cuales fueron superados con el tiempo.

Es sin duda una batalla que vale la pena dar a conocer y en la que todos fuimos partícipes para lograr que hoy Johan siga con muchas ganas de seguir viviendo.

Cada día más personas pueden comenzar a escribir un futuro diferente lleno de esperanza. Para que esto siga ocurriendo necesitamos tu ayuda, necesitamos que te conviertas en oportunidad y juntos, seamos la oportunidad que ellos necesitan. Sin nuestra solidaridad Johan no estaría vivo, gracias a las personas solidarias, a los periodistas y sobre todo gracias a Manos Unidas.

Él soñó que jugaba, que amaba y reía. El soñó que vivía…

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