La reciente homilía de la Misa tocó carne. La lectura se remite al Antiguo Testamento de la Biblia, cuando Isaías (65:25) indica lo dicho por Yavé: “El lobo pastará junto con el cordero; el león comerá paja como el buey y la culebra se alimentará de tierra”. El Sacerdote hizo recordar hermosos tiempos idos. En los pueblos de la selva, hasta la década del sesenta, la vida humana estaba cargada de sosiego, paz, pureza ambiental y riqueza alimenticia.
Efectivamente las épocas de ausencias y caídas de lluvias estaban marcadas; por supuesto, las etapas de vida de las plantas estrechamente vinculadas a este clima. Los agricultores planificaban sus actividades en el año precedente y reinaba la armonía en el interior del bosque, así como entre el bosque y el ser humano. En las oscuras calles de los pueblos, cuando aún no llegaban los automóviles, sobre el pasto torourco y las veredas de tierra apisonada, salían las familias a socializar sus experiencias diarias. Las puertas de las casas se mantenían abiertas de día y de noche. Esporádicamente, en lapsos de meses o años, alguien robaba una gallina y se armaba tremendo escándalo social. No menos del ochenta por ciento de la población se dedicaba a la agricultura y había suficiente alimento para todos los habitantes. Todo el mundo estaba ocupado. Esta vida coincidió nuevamente con Isaías cuando asegura: (65: 21-23) “Harán casas y vivirán en ellas, plantarán viñas y comerán sus frutos. Ya no edificarán para que otro vaya a vivir, ni plantarán para alimentar a otro. Los de mi pueblo tendrán vida tan larga como la de los árboles y mis elegidos gozarán de los frutos de su trabajo. No trabajarán inútilmente ni tendrán hijos para perderlos, pues ellos y sus descendientes serán una raza bendita de Yavé”.
En la actualidad, la vida humana de este mismo territorio, es diferente. Se hacen casas y no se viven en ellas, se plantan viñas y no se comen sus frutos. Se edifica para que otro viva, se planta para que otro se alimente. Nadie sale a la vereda a refrescarse por la cargada densidad vehicular. Las puertas están cada vez más cerradas, no con una u otra llave, sino con armaduras de fierro. Un vecino no conoce a otro. La sociedad no socializa. Hay desconfianza absoluta entre una y otra persona. Además de no conversar, los vecinos no se abrazan, no se besan, no intercambian afecto. El lobo no pasta junto con el cordero. Ahora, el sueño de Isaías solo queda en sueño; aunque hasta la década del sesenta ese exquisito sueño se hacía realidad. Es posible que aquella paz se diera por la armonía que existía entre el hombre y el bosque. El nivel de instrucción de aquel entonces en la mayoría de los pueblos era el primario. En la actualidad el nivel promedio es el secundario y el superior. ¿Qué nivel de relación existe entre el grado de instrucción, el manejo del bosque y la paz? Pues, a mayor nivel de instrucción, hay pésimo manejo del bosque y ausencia total de paz.
La paz está relacionada al tipo de persona, formada con valor humana. No es que la aspiración a mejorar el nivel educativo esté mal. Sino que a la instrucción debe anteponerse la formación humana. Una persona que ame a los suyos, que ame a los vecinos, que ame al prójimo en general. Porque resalta la contradicción existente en el medio, de tener autoridades, magísteres, doctores, filósofos, que no saben saludar, que no son solidarios, impuntuales, irrespetuosos, que no saben leer, no saben interpretar las lecturas, con pésima redacción, con vocabulario pobre, es decir, con signos evidentes de baja calidad humana.
El cambio es inexorable si la orientación va por buen rumbo. Esta conversión requiere mediano tiempo, en la medida que exista decisión personal, abriendo su corazón con sinceridad, para que Dios inunde con su amor y puedan al fin las personas enlazarse en verdadera hermandad. El cambio es de actitud, no de todo el ser. El ser humano que cambia, debe seguir siendo el mismo ser humano, con su misma personalidad, ahora matizado con el necesario cambio actitudinal, que le permite socializar con los demás; así el sueño de paz será otra vez realidad.