partida

Siempre admiré la lucidez y el equilibrio de sus juicios porque parecía estar más allá de esas cosas menudas y tóxicas de la vida, como son los rencores, los resentimientos y el egoísmo. A un año de su desaparición muchos podríamos aprender a vivir, no de sus consejos, sino del ejemplo que significó su vida, porque las personas dueñas de sí mismas no abundan en peroratas; no se empecinan en querer cambiar el mundo. Dejan que todos se realicen por ellos mismos porque comprenden que tienen su libertad para encontrarse

A un año del viaje de la Tía Laura Garazatúa Bartra de Arévalo, hacia la eternidad, es ese el recuerdo que tengo de ella. Un recuerdo vivo, como si estuviera viéndola en su fundo, luchando codo a codo con el tío, en contacto con la naturaleza, con sus cañales y el trapiche, aceptando la realidad de las cosas. Ella fue, realmente, un modelo de estoicismo y de sacrificio sin comprometer a otros en su propio drama, porque aprendió –lejos de esos libros de autoayuda de hoy, con los que se llenan los falsos, tontos y necios de estos tiempos– que la autenticidad de vivir es la mejor ofrenda que podemos hacer a la vida, y a los suyos.

A un año de ese viaje Tía Laura nos hace falta. Porque necesitamos su calor; su mirada serena, tierna y comprensible; su amor totalizador e integrador por sus seres queridos, lejos de esos círculos estrechos y egoístas en los que se encierran la mayoría de la gente; incluso las propias familias. Necesitamos la serenidad de sus palabras para indicar derroteros sensatos y justos, a veces expresados con energía, pero jamás sin intención de ofender.

Esta es, pues, la semblanza apretada de Tía Laura que un día 30 de junio del 2014 quiso irse casi sin despedirse. Pero más que la descripción de un carácter, es el agradecimiento por lo que fue, por lo que hizo y por lo que dejó de hacer. Pero es en este ´dejar de hacer´ donde encuentro el mayor propósito de su vida, que no fue sino la comprensión y la tolerancia. Comprendernos a todos como seres humanos; tolerar nuestras debilidades; dejar que cada una de las personas encuentre su sendero y explore su propio cauce.

Escribo estas líneas porque muchos hemos tenido el privilegio de estar cerca de ella. Lo hago por gratitud: porque he compartido su mesa, en donde ponía su alma, y lo sentíamos, siendo testigo de sus avatares cotidianos en el fundo, cerca de la quebrada rodeado de bosques, y donde en todos los amaneceres podíamos disfrutar del grito estridente de los paucares que habían hecho sus nidos en los zapotales, y del vuelo imprevisto de un rimorucuy. Y en las noches, mientras destilábamos el aguardiente, alumbrados por una Petromax, escuchar el canto casi silencioso del urcututu.

Agradecimiento y reconocimiento a una vida que, como dije hace un año, fue un compromiso, y que hoy lo repito con más convicción. Una vida arraigada en su fundo “Progreso”, adonde siempre llegó la familia; la de antes: la que tenía capacidad para entregar amor sin mezquindades. En su Chazuta de toda la vida; en ese pueblo maravilloso que quisiera hacerse eterno.

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