
Es curioso. Nunca me fijé en mi edad, mucho menos en los prejuicios sociales estipulados y regularizados para ser feliz. Muchos amigos me han repetido un sin número de veces, en diferentes tiempos verbales, la misma frasecita: “se te va a ir el tren”. A manera de broma, les respondía con una pregunta: ¿cuál era ese tren al que, supuestamente, me debía subir y que me estaba dejando? Claro que sé a cuál tren se refieren, a ese que supuestamente algunas personas piensan que la mujer a cierta edad, ya debe tener: un esposo o familia, o por lo menos un novio formal.
El tema de la edad ha dado pie a largas, interesantes y, a veces, chistosísimas conversaciones entre amigos cercanos de todas las edades, inclusive mi hermana se enfurecía cuando la chacota en la familia, era el por qué no se casaba. Eso, para mí, era un motivo para reírse de alguien.
Hice un recuento mental sobre las relaciones largas, de las personas que he conocido, con las que he salido y que me han gustado, no han sido muchas, pero sí han sido mayores que yo, y eso no ha sido una excusa para que les pueda decir que “se les iba el tren”, claro, eran hombres, y eso se les perdona socialmente.
Hace unos días, una de mis mejores amigas me comentó que le estaba cortejando un hombre con muchos años menos que ella. Ella, sin novio de por medio y con más de un par de cuestiones en común, me preguntó: ¿son diez años demasiado? Su pregunta me sorprendió, por qué si él hubiese tenido 10 años más, ella no estaría preguntándome nada y ya estaría pensando que ropa se va a poner el sábado.
Pero en lugar de eso, le respondí con evasivas que tardó más de tres segundos en hacerme notar. Su edad y la de ella, siguen saltando como los numeritos sueltos de las máquinas de bingo en mi cabeza. Odiaría oír uno de esos comentarios tipo: cuando yo tenía dos años, todavía estaba enamorado de mi mamá y tú de tu primer novio; o decir, cuando tú estabas en la universidad, yo aún no nacía. Como era de esperarse, mi amiga que soñaba con un matrimonio de ensueño, no siguió una relación con él. Y finalmente, se consiguió un cuarentón bien power.
A cierta edad uno comienza a preocuparse porque empieza a analizar cuestiones de matrimonio, noviazgo, compromiso, y demás ataduras que van apareciendo con los años. Llega el momento en el que, todos los amigos se van casando, los que no se casan se rejuntan, otros tienen hijos y algunos llegan hasta el divorcio.
Tengo que aceptar que en los últimos dos o tres años, me he visto bombardeada a punta de invitaciones a matrimonios, baby showers, showers de apartamento y pedidas de mano, que poco a poco han ido desencadenando en mi cabeza un sinfín de cuestiones y preocupaciones en las cuales no pensaba antes, pero particularmente me pone a pensar en una: ¿será que me está dejando el tren?
A los 22 me sentía mayor que ahora, malhumorada, aburrida y cansada. Ahora no. Siento que para el futuro, falta; que, para mañana, falta. Así me haga bolas al pensar en el futuro de rato en rato, espero con ansias de adolescente, ver a Soda Stéreo, me ilusiona abrir regalos y recibir sorpresas, como cuando era niña. Y así necesite una siesta de más, de vez en cuando, y aún cuando no pueda salir dos días seguidos, como cuando tenía 18, o esté perdiendo mi memoria reciente, o me aburran cosas y personas que antes me gustaban, y me apasionen cosas y personas que he descubierto con los años, no siento que se esté perdiendo ningún tren, avión u otro medio de locomoción. Todo lo contrario. Me descubro en movimiento. Creo que me faltan varios viajes, geográficos y otros nada geográficos por realizar.
Que si se me va a ir el tren, que se vaya pues, porque yo cojo un avión…



