I
La sombra de tus pasos
te seguirán siempre a dónde vas
conocerá de tus secretos
estará vigilante de tus deseos
de tus codicias,
de tu egoísmo.
II
La sombra de tus pasos
buscarán llevarte
por otros caminos,
¡imposible!
Tu sombra siempre será
pendiente de ti.
Quisieras escaparte de ti mismo:
corres, avanza tus
pasos con más rapidez
miras al costado, a tu diestra
volteas la mirada atrás
y ves que tu sombra de sigue:
¡No tienes escapatoria!
III
Te sientas de tanto caminar
pensando que vas a descansar
cierras tus ojos
sueñas y miras en tu sueño
cómo las autoridades arman
escenarios de discusión
y mil peleas
tan solamente porque
quieren el botín del
tesoro público
muchos ya se hicieron
de grandes fortunas
solamente del tesoro público.
IV
No hay cuando despiertas
de tu sueño
te sorprende otro escenario,
quieres despertar de este sueño
se ve que sufres al observar lo que
tus ojos ven en el sueño,
quieres despertar,
no puedes.
Varios fiscales y jueces
están a una distancia de tu lecho
donde estás más que hipnotizado
por tu profundo sueño
haces un esfuerzo más
para despertar
¡no puedes!
V
Por fin tus ojos que no querían ver,
observas inmensos billetes
de barras dobles que los que
supuestamente administran
la justicia
iban llenando sus maletines
recibiendo de las manos
de personas procesadas
que acudían a las audiencias.
VI
Luego de haber visto
lo que tus ojos no querían ver
despiertas de este
decepcionante sueño
te levantas apresurado
te sientas al costado de tu cama
agarras tu Biblia y encuentras
una frase: “admitid amonestación
jueces de la tierra”.
VII
Luego tú piensas: ¿Habrá justicia
con estos tipos de jueces y fiscales?
Te respondes:
la mejor amonestación
de estos que abusan de sus cargos
es que dejen el puesto
y que pasen a ser juzgados.
VIII
Tu sombra, te das cuenta
te sigue persiguiendo
no encuentras descanso
ni siquiera en tu sueño
y no encuentras descanso
peor lo que tus ojos literales
diariamente observan
en la calle, en las oficinas
en el parque, en las plazas
en el trabajo, aún en tu lecho
íntimo del amor.
IX
Oh, tus sobras te persiguen